martes, 27 de diciembre de 2011

gestos

Hay gestos que duran un segundo, o aún menos, que mirados con atención quedan grabados para siempre. Pequeños movimientos llenos de significado, o belleza. Nos mostramos en nuestros gestos. Nos delatan también.
Recuerdo algún libro de Kundera en que divagaba, como le gusta a él, sobre el gesto que observó en una señora mayor, un gesto donde se advertía el vestigio de su juventud, de su coquetería más allá del paso de los años. Cómo ese gesto lo siguió por años.
Hoy mientras me trasladaba por la ciclovía de Padre Hurtado fue testigo de un gesto que me tocó.
No había nadie circulando, eran cerca de las 10 de la mañana. Yo iba disfrutando del viento cálido, tal vez en un estado de gozo sensorial, de abstracción en el momento que me permitió fijarme en los detalles.
Frente a mi, dándome las espaldas, iba caminando una pareja, formada por un padre (¿tal vez un abuelo?, pero más parecía padre) y su hijo, de unos 8 años.
El padre caminaba con alguna dificultad. Por el tipo de marcha me pareció portador de Parkinson. A su lado iba el hijo, con un jockey rojo de algún equipo de béisbol. Ambos limpios, pero modestamente vestidos.
Caminaban en silencio, me pareció, tal vez disfrutando de el mismo aire tibio de fin de año. Daba la sensación de que disfrutaban de la compañía del otro.
Como ocupaban gran parte de la ciclovía me acerqué bajando la velocidad y toqué la campanilla deliberadamente suave. No quería molestarlos, iban tan tranquilos, y además yo no iba con apuro.
Y aquí el gesto. En muchas situaciones parecidas, al tocar la campanilla a alguien a quien uno se aproxima por detrás, se produce un cierto sobresalto y habiendo un adulto instintivamente tiende a proteger al niño que lo acompaña.
En este caso cuando se produjo el sonido de alerta el niño rápidamente me miró y tendiendo sus manos hacia su padre lo sacó del paso.
Cuanta información en un segundo. 
Qué historia puede haber detrás de ese niño, de esa familia. Él protege a su padre. Instintivamente lo cuida, se hace cargo de la situación de peligro.
El gesto me desarmó. Me hizo recordar a mi padre. Al gesto de protección que tal vez yo alguna vez sin darme cuenta realicé. ¿Al que quizás alguna vez mi hijo haga conmigo?
Seguí sin volverme mi camino. A mi destino.
Quedé con algunas lágrimas en los ojos, que el viento de diciembre se encargó de desparramar.

jueves, 8 de diciembre de 2011

mi mujer a punto de caer

relato bicicletero de morin
Esto va dedicado a todos los papi-mami chulos que andan en bici por las calles del mundo, a es@as personas que ocupan este medio como un verdadero y sano transporte y a los aperrad@s que de alguna manera se atrevieron a dejar el auto en la casa y se negaron a pedir un crédito automotriz para andar con una nave mutante repartiendo ego y prepotencia en cada esquina.
Hace mucho rato que mi pareja anda en bici, al principio pese este está loco!!, se va a matar, de hecho fue tema que usara audífonos, reconozco que tenia aprensión, poco a poco se fue equipando, se compró cuanto articulo cletero existe, lucesitas, cuenta kilómetros, weaditas flúor para la ropa, casco, alforja......equipó su bici y la convirtió en una electro cleta, se fue convirtiendo en un verdadero ciclista urbano, esos que pedalean en invierno y verano.
Con el tiempo empece a ver que llegaba a la casa con mejor ánimo, mas contento,ahorramos 40 lucas de estacionamiento y otras tantas en bencina,yo empece a respetar profundamente a la gente que pedaleaba, dándoles la pasada y mirando de una manera complice a cada personaje.
Nos empezamos a convertir en una familia donde el tema bici era parte de nuestras vidas....de tanto comentario en un viaje que hice a Miami me aplique con una bici.
El sistema es super amigable y se los quiero relatar por si van.
En toda la ciudad hay diferentes puntos donde puedes retirar y dejar la bici en esos puntos hay una caseta donde ingresas tu visa o master y te piden que anotes el numero de la bici que quieres usar, lo anotas y en la pantalla te dice por cuanto rato, anotas el tiempo, se descuentan tus lucas y sacas la bici, no tienes por que usar todo tu tiempo, la puedes dejar en cualquier estación y luego volver a sacarla sin costo hasta completar tus minutos.
Este si que es un sistema amigable que promueve el uso de la bici, lo pase la raja, pedalee 3 días , con sol, viento y lluvia, pare cuando vi un arcoiris, me fui a la playa, recorrí montones de ciclovías.... de alguna manera viví lo que mi pareja esta viviendo hace 6 meses, ya no tengo aprensión al contrario estoy feliz que lo haga.... quien sabe si pronto me atrevo con la mia.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Ciclismos cariocas

Aprovechando la falta de sol y las ganas de aventurar hemos estado estos 3 dias en Rio pedaleando casi fanaticamente. Rio es la ciudad perfecta para los cleteros, ciclovias anchas y bien interconectadas, todo plano, playas kilometricas con vias exclusivas a todo lo largo, bicicletas municipales para usar por 10 reales la semana (unas 3 lucas). Suena facil, pero la verdad es que tenemos perdurables anecdotas de ir corriendo entre estacion y estacion de bicicletas para sacar una antes que algun puto carioca, con coneccion permanente y estable a internet y telefonia, nos ganara el quien vive. El decifrar como inscribirse y sacar las famosas bicis naranjas fue un desafio no menor para un par de portuñol-parlantes. Llegamos al un punto de experticia tal que los brasileros nos preguntaron varias veces como se hacia.... Mi iphone entel jamas se entero de que su dueño estaba en brasil. Muerto todo el viaje, por suerte movistar tiene mejor roaming, herramienta imprescindible al momento de conseguir una bici desde el bicicletero electronico. En todo caso 2 recorridos imperdibles: -de leblon al pan de azucar por toda la costa, el delirio hiperdeportista de los cariocas por la costanera, las mansiones portuguesas de botafogo, los renovados puestos con cerveza y salgadinhos de copacabana pacificada. -vuelta a la laguna rodrigo da freitas. Geniales vistas al cristo y varios morros, estupenda via compartida a lo largo de la vuelta completa (sus buenos 6 o 7 kms). Quien venga a esta cidade maravilhosa no deje de cicletearla, no se arrepentira. A nosotros nos queda el recuerdo de todos esos kms recorridos en un rio que se declaro de invierno en pleno verano.

lunes, 21 de noviembre de 2011

viernes, 18 de noviembre de 2011

Cicloestacionamientos

Propongo a los honorables escritores y lectores de este blog aprovechar este espacio para pasarnos datos de adonde se puede ir con tranquilidad en bici. Hoy vine a clinica alema, la que en general desprecio por nazi, pero aca trabaja un conocido y tuve la grata sorpresa de que tienen estacionamiento de bicis con un guardia espacifico para eso. El gallo le puso una cadena a mi bici pese a que yo ya le habia piesto la mia. Bien x la alemana!!

jueves, 17 de noviembre de 2011

Esta no es bicicletera


Tenis Vs Fútbol

Siempre me ha sido algo desconcertante observar las reacciones y emociones que produce el fútbol en la gente. Supongo que hay una gran dosis de “gusto adquirido” en el asunto. En mi familia en general no hay grandes fanáticos (ahora apareció por ahí un sobrino ectópico) y mi padre no me inculcó la pasión por ningún equipo en particular.
De niño lo jugué, como todos, y siempre fui mediocremente del montón. De los que quedan en la defensa. Tal vez eso también haya influído.
Lo que me es claro en todo caso es que hay varias cosas en el fútbol que hacen que me produzca mucho más rechazo que gusto.
Por otra parte desde hace unos 12 años que he desarrollado gran afición por el tenis, tanto de jugarlo, mediocremente también, como de observarlo en televisión.
Trataré entonces de explicar las grandes diferencias que percibo entre ambos deportes y porqué me inclino tan fanática y decididamente hacia el tenis:
-Primero que nada habría que decir que los deportes de caballeros se juegan con una red de por medio. El voleybol y el tenis comparten esta condición. Creo que evolutivamente son más desarrollados, ya que la agresión queda sublimada en un buen golpe, un amague, un poner la pelota humillantemente fuera del alcance del rival. En el fútbol por contraste (y en todos los deportes que considero más primitivos como el rugby, el básquetbol y tantos otros) la agresión es directa, codazo en el ojo, zancadilla, plancha en la tibia, etc. El contacto físico puro y duro.
-Directamente secundario a lo anterior es que en el tenis lo más agresivo que sucede es cuando un jugador se queja con el árbitro del comportamiento del otro jugador, o se dicen algo a la pasada en el cambio de lado. En el fútbol las batallas campales entre jugadores son un clásico de todos los fines de semana. Brutal.
-A propósito del fair play, en el tenis lo más falso que un jugador puede hacer (y es muy mal visto) es pedir un trainer por alguna supuesta lesión para enfriar un partido. Esto además sólo lo puede hacer en determinados momentos y por un tiempo limitado. En el fútbol los jugadores son verdaderos dramaturgos del dolor, de los revolcones de angustia, de la sacrosanta indignación de haber sido agredidos injustamente. Cuando alguno se “fabrica” un tiro libre o un penal es alabado por todo la barra y hasta por los comentaristas deportivos.
-La barra. En el tenis se mantiene silencio, se observa y se celebra cuando se hace un buen punto. En el fútbol se tocan bombos, cornetas, se sacan tablones, se acuchilla gente, se asalta y se apuñala. Sin más comentarios en este ítem.
-El ganador. En el tenis gana el que juega mejor y gana los puntos clave. El que tiene la cabeza más clara y mejor estado físico. O sea gana el que lo merece. En el fútbol puede ganar el que se arratona un partido entero y un lauchero hace un gol de chiripa en el minuto 91. O nadie en un interminable martirio de 0-0.
-El espectáculo. Si dejamos de lado el espectáculo colateral que generan las barras, ya descritas, un partido de fútbol puede ser la cosa más aburrida del mundo en hora y media. Pelotazos largos que se van para afuera, equipos que juegan a sacar un empate, mediocridad técnica, empujones y escupitajos, piques inútiles de jugadores con ponchera, etc. En el tenis lo que se ve en TV son siempre los mejores 100 del planeta (equivalente a ver sólo los mejores 9 equipos de fútbol del planeta, no el Santiago Morning contra el Wanderers, por ejemplo y con todo respeto) jugando uno contra otro. Es imposible que en un partido no haya grandes jugadas, puntos emocionantes, suspenso Es parte inherente del deporte.
-Los árbitros. ¿Alguien ha escuchado alguna vez que haya un rumor de un árbitro de tenis que haya sido “comprado”? Eso no más.
-Los entrenadores. En el tenis los entrenadores son importantes, pero al ser un deporte individual y además de caballeros, si un jugador (o equipo de copa davis) pierde nunca le echa la culpa al entrenador, ni los fanáticos tratan de lincharlo en la plaza pública.
-La celebración. Un jugador de tenis celebra un buen punto con un grito y tal vez un puño apretado. Al final del partido saluda y tal vez regala su raqueta al público. No existe nada de esos despliegues histriónicos tras un gol de correr, tratar de que los otros no lo pillen, tirarse de rodilla o de guata al suelo, llorar, besarse en la boca, sobajearse, hacer “montoncito”, burlarse de los rivales, mostrar una polera con el nombre de la última polola, etc, etc.
-Los dirigentes. No, los dirigentes son medios parecidos, por lo menos en Chile. Hasta ahí no más llegó la caballerosidad del tenis.

viernes, 11 de noviembre de 2011

bicicletismos

bicicletudo, da. adj. Relativo a la constante utilización de la bicicleta como medio de transporte, ya sea en términos exclusivos o complementándola con otros medios de locomoción. || Ú. t. c. s. || fig. Quien tiene plena conciencia de que puede meter la pata. Es más, la mete, la saca y, acto seguido, lo reconoce. || Véase ciclista. || utopía ~. f. Aquel contexto imaginario-posible en que, de preferencia, las personas y la sociedad planetaria ocupan intensiva y cotidianamente la bicicleta, así como otros mecanismos propulsados por nuestro ser material. ¿Cuán a menudo? Al menos lo suficiente para detener la extensión ilimitada de lo que se ha dado en llamar IMOSFRE. Es decir, un contexto en que la bicicleta se integra al tejido urbano, y las endomorfinas inundan el cuerpo social. || Véase círculo bicioso y rebiciclamiento.


del diccionario de términos bicicleteros de:  www.furiosos.cl

viernes, 4 de noviembre de 2011

La evolución y los medios de transporte


Por obra y gracia de alguna combinación de teclas (las odio, nunca he sido capaz de aprenderme ninguna, sólo me han traído percances en mi breve pero entusiasta vida informática) se me borró todo un bello e iluminador artículo que había casi terminado ayer respecto de las simbología histórica de la bicicleta. Acá voy de nuevo, a ver si sale esta vez.
Siempre me ha llamado la atención la cantidad de sensaciones que el andar en bicicleta me producen. Alegría, sensación de libertad, algún vértigo gozoso, el disfrute del ejercicio mezclado con el viento en la cara.
Ayer mientras bajaba por Alonso de Camargo sorteando lomos de toro y disfrutando justamente con los días ya más cálidos bruscamente entendí.
El hombre como raza ha tenido varios saltos evolutivos. Hay una teoría que plantea que cuando el hombre primitivo dejó de andar en cuatro patas y se irguió es cuando apareció la mente, como consecuencia del cambio de perspectiva. El empezar a ver el mundo y a si mismo de un modo distinto a los animales.
De igual manera, una vez habituado ya a desplazarse en dos pies, caminar, correr, saltar, trepar, probablemente este hombre pretérito haya tenido la inquietud de andar más rápido y de mirar desde más arriba. Ahí echó mano de los animales que tenía a su alcance, camellos, elefantes, burros y por sobretodo el caballo.
Segundo salto evolutivo, aparece el primer vehículo, que habría de acompañar al ser humano por muchos muchos siglos.
Sólo a fines del siglo XIX aparecen los rudimentos de los que hoy son los vehículos motorizados. Previamente sólo existía como algo similar a eso las carrozas, a las que ya me referiré.
O sea tenemos a una raza que por el noventaitantos porciento de su historia en este planeta se ha desplazado a pie o a lomo de caballo.
Bueno, la bicicleta es el reemplazante moderno del caballo. Se monta a horcajadas, se sujeta con manos y pies, avanza más rápido que ir caminando, y reproduce las condiciones básicas del viento en la cara, la exaltación de moverse velozmente adonde uno quiera, mirar el mundo de más arriba, incluyendo además el ejercicio muscular propio en el traslado.
Creo que de esta asociación inconciente provienen esas sensaciones tan atávicas y profundas al montar una bicicleta. Tal vez permita incluso explicar también porqué los niños aprenden a usar bicicletas tan rápido y a tan temprana edad.
¿Que queda entonces para los autos?, ¿a qué nos remitimos ontológicamente?.
Vendría siendo el tercer salto evolutivo, sin embargo este último podría haber nacido de algunas motivaciones algo diferentes.
Creo que los carruajes, creados para que los miembros de la nobleza se trasladaran sin tener que hacer ejercicio físico y que además los protegieran de las miradas indiscretas de la gente vulgar de la calle, podrían ser los antecesores del automóvil. Así mismo el andar dentro de una estructura de metal, que protege y a la vez aísla, podría también rememorarnos en el inconciente colectivo a las armaduras que los caballeros medievales usaban cuando iban a las batallas.
Creo que estas asociaciones podrían ayudarnos a entender mejor el estado mental en el que entramos cuando andamos en bicicleta, así como también el que tenemos cuando andamos al volante de un automóvil.
Da para pensar, ¿no?

viernes, 14 de octubre de 2011

música en mi vida

-intraútero y primerísima infancia: no recuerdo nada, pero creo que debo haber escuchado muchos boleros, elvis presley y mozart, porque se me hacen muy conocidos, como de toda la vida.
-infancia preescolar: los ratoncitos blancos, que eran un LP de unos wns sobrerevolucionados cantando pelotudeces como "hay un pajáro (ahí el tilde, no es error) blanco parao en la esquinaaa... ina" (cualquier alusión o asignación de intenciones pedófilas guárdenla para uds). si uno los ponía en velocidad más lenta en el tocadiscos se cachaba que no eran ratones, sino que unos wns roncos cantando como en ácido. igual eran buenos. mención honrosa a "tolín-tolín-tolán" de la charo cofré, que no sé como le editaron un disco en chile en esos años.
-infancia: coincide con una cierta latencia musical. si recuerdo haber escuchado muchos discos de música de mis películas favoritas de disney ("el maaagico muuundo de coloooreees"), me acuerdo ahora particularmente de la música de dumbo, de quien me sentía empático, si bien no por lo orejón, sí por la sensación de poco pescado, que algún día será famoso y salvará a todos los wns (cualquier comparación con la intencionalidad de este blog o de la profesión elegida guárdensela así mismo para vosotros). tal vez también haya también influído el episodio aquel en que dumbo consume algo psicodélico (si no lo recuerdan véanlo, notable segmento absolutamente poco apto para menores). también peter pan y "volarás, volarás, volarás" (ya córtenla!).
-adolescencia: de la panfilez más despampanante pasé a conocer y disfrutar black sabbath, pink floyd, ac/dc y led zeppelin. posteriormente un período de locura con rush. tambores, guitarras y rock ´n roll!
-universidad: giro violento hacia la nueva trova. delirio obsesivo con silvio rodriguez. creo llegué a conocer todas sus canciones (son como 3 mil) y discos, hasta las que sólo tenían grabaciones informales. además de todo el chorro de cantores-protestones de la década de los 80, y los eternos chilenos, victor jara, inti-illimani y quilapayún. chalecos de lana, guitarreos cantando al son de la bicicleta hasta la ronquera.
-post universidad: devaneos eclécticos de lo más variados. prácticamente todo lo anterior en distintos momentos y según estado de ánimo (excluyendo los ratoncitos blancos). etapa de música hindú a granel, con o sin narrador en off hablando de inmortalidad del cangrejo.
-adultez: mesmerización por música electrónica del tipo trip hop, lounge, chill out o ambient. la cosa étnica con bases electrónicas, desde el tango, a ritmos polinésicos o lamas rumiando por la nariz. mención especial para bebel gilberto.
-actualidad: todas las mañanas radio disney (ya no tocan dumbo o peter pan, eso sí, sino que unos pendejos tirados a grandes, que tienen "bandas" y actúan como rock star, pero las groupies les convidan dulces y coca cola), en las tardes la tele a todo chancho no deja mucho espacio para otros sonidos en la casa. en las noches,  y si es que hay invitados, el genius del ipod decide, a partir de algún tema de massive attack, lila downs o chico trujillo, según sea picoteo, reunión social o asado.
-a veces, sólo a veces, me pongo los audífonos y escucho algo especial para ese momento. habitualmente cuando ando en metro. a veces lloro, pero me hago el wn pa que no crean que estoy loco. la última vez que lloré fue con "mírame bien" del unplugged de julieta venegas.

martes, 11 de octubre de 2011

Cuentakilómetros

Hace un par de días mientras manejaba entre Viña y Santiago por casualidad me fijé que el cuentakilómetros marcaba 2.005 (sí, el auto es nuevo, producto de la fundición de 2 autos ya no tanto en uno familiar más una electrocleta), que es  el número del año del nacimiento de mis hijos.
Me pillé pensando hasta qué kilómetro viajarán ellos, hasta cual llegaré yo.
Si seguimos el kilometraje alcanzado por mi viejo yo me quedaría sin bencina el 2.041. O sea justo 30 años más.
Sin perjuicio que me gustaría alargar un poco la reserva, tal vez hasta tipo 2.050, esta idea me hizo pensar y filosofar un buen rato (y unos buenos kilómetros), mientras el resto de la familia dormitaba en sus respectivos asientos.
30 años puede parecer bastante tiempo, pero a la vez ya he vivido casi un 50% más de eso. Y se pasó bastante rápido, la verdad.
La pregunta que apareció de inmediato entonces fue ¿qué quiero hacer en estos próximos 30, digamos 40 si queremos ser generosos con el rendimiento, años de mi vida?
¿Quiero sacarme la cresta trabajando para asegurarles un buen pasar a mis hijos?, ¿hasta qué punto se justifica en la medida que signifique andar cansado o estar poco con ellos?
Como igual queda poco, ¿me preocupo del colesterol, las pruebas hepáticas y la presión arterial, o le echo para delante no más con mi hedonismo en ristre, sin contemplaciones?
¿Qué tiene o no sentido en la perspectiva de 30 o 40 años por delante?
¿Qué quiero hacer con mi vida, o lo que queda de ella?
Pensé ahí en los apegos, en todo eso que me hace sentir que vale la pena estar aquí. Las personas que yo quiero y los principios e ideas que guían mi vida. En lo que creo, en la bondad, en ayudar, en estar con la gente que uno siente como propia. En compartir, en disfrutar, en reírse y en callar también. Escuchar, abrazar, oler y mirar.
Pensé también en los desapegos necesarios, de todo aquello en lo que no creo, de lo que no siento como cierto. En la vanidad, en la tontera, en la envidia y la comparación. En la maldad. En cómo ser del mundo sin serlo totalmente. En soltar el deber ser y el hacer por hacer.
Pienso ahora entonces en los equilibrios. Entre ayunar y libar, entre esforzarme y disfrutar el ocio, entre preocuparme y dejar ir.
Pienso en tener tiempo, para pensar, para escribir. Para dejarle algo a los queridos. Algo en su recuerdo más allá de la neurosis y el malgenio.
Pienso que se muere en realidad cuando ya nadie se acuerda de uno, independiente del kilometraje.
Pienso en mi mujer, mis hijos, mis hermanos, mis amigos. Pienso en mis padres. En los hijos de mis hijos.
Pienso en tanta gente que no está todavía o ya se fue, que ya ni me acuerdo bien como era la historia.
Pienso que todo esto importa poco, sólo un poco, dependiendo del uso que a este rato uno le dé. Este breve espacio entre dos misterios.
Estar. No estar. Un segundo, un kilómetro de más o de menos. Algún aro en el camino.
Lo que hago y vivo espero a alguien le sirva. Aportar alguna novedad, hacer alguna pequeña diferencia.
Somos rocas que caen desde el cielo a un lago, hermoso, profundo y también aterrador, que se llena así de ondas en expansión.
Duramos un rato. Algunos más que otros. Después el recuerdo. Después nada.
El lago sí siempre permanece.
Nosotros como nosotros ya no.

domingo, 2 de octubre de 2011

Los tiempos que corren

Cuando fui a comprarme un casco nuevo para la bicicleta el vendedor me dijo “y en caso de pegarte alguna caída, ojalá nunca te suceda, pero los que andamos harto en bici sabemos que eso es parte del juego, tienes que cambiarlo, aunque no se vea trizado”. En ese momento me hizo tomar conciencia de que en efecto es una posibilidad a contemplar al tomar la opción de usar la electrocleta como medio de transporte básico y cotidiano.
Pues bien, hace un par de días me caí. Bastó se cruzara un perro negro en la noche mientras iba raudo por la ciclovía de Las Perdices. Entre salirme de la vía, caer a la tierra del costado, volver a subirme al pavimento, tratar de frenar, derrapar y caer pasaron cerca de 5 segundos. Un abrir y cerrar de ojos bastante adrenalínico, como quien dice.
El casco se salvó, no tocó el suelo, pero si quedaron mi hombro y pierna derechos bastante magullados, no tanto como mi orgullo en todo caso.
Me paré lo más rápidamente que pude y observé que afortunadamente nadie parecía haber atestiguado el humillante espectáculo. Del perro ni la sombra, con el estrépito de mi caída debe haber arrancado lejos.
La bicicleta con la parrilla partida y la rueda trasera torcida. Tanto que no podía andar porque topaba en el marco. Me tomó algunos minutos y varias patadas que volviera a una posición que permitiera volver a andar, aunque sin frenos traseros. Así llegué de vuelta a mi hogar. Bastante golpeado y achunchado.
Hasta aquí el accidente, a continuación la reflexión.
Cuando uno anda en auto por la ciudad un topón o choque también es parte del juego. Habitualmente precedido por el chirrido de una frenada brusca y el ruido de vidrios y latas que se quiebran y apachurran. Después de eso la kafkiana seguidilla de trámites de bajarse, intercambiar datos con el otro conductor a quien a veces hay que calmar o contener según sea su personalidad y grado de culpabilidad, llamar o acudir a carabineros, hacer una denuncia, contactarse con el seguro, llevar el auto a algún taller en la periferia, pagar el deducible, quedarse a pie por un par de semanas.
En el caso del accidente del perro al día siguiente me fui, harto más lento y cuidadoso de lo habitual, a un taller de bicicletas que me queda de pasada a la consulta. Ahí el encargado, que es una especie de jedi del mundo bicicletero, partió diciéndome que no tenía tiempo para cambiarme la llanta de la rueda posterior hasta varios días más. Ante mi súplica se compadeció a echarle una mirada al asunto. Me recomendó cambiar la llanta por una mejor, así mismo los rayos, pero para “sacarme del paso”, en sus palabras, me pidió que levantara la bici y fue dándole vueltas a la ruedas apretando y soltando alternadamente con una llavecita circular unos rayos por acá y otros por allá… ¿resultado?: ¡quedó perfecta!
Al preguntarle cuanto le debía me dijo que lo que yo quisiera no más, y como el único sencillo que tenía eran mil pesos, luca me costó el arreglo.
Me fui de ahí pensando qué distinto son los mundos de las cuatro y de las dos ruedas. En los circuitos bicicleteros aún queda algo más solidario, más cooperativo, supongo desde la sensación de sentirse todos en una misma causa, deportiva, ecológica, y en una misma vulnerabilidad al desplazarse por esta ciudad hecha para automovilistas. El mundo de los autos es más agresivo (los automovilista se gruñen cuando se topan en una luz roja, los ciclistas se saludan con una levantada de ceja y de reojo miran qué equipamiento tiene la bici del vecino) y con mucho tema con el engaño, el lucro y en sacarle plata al incauto. Cualquier arreglo o revisión de un auto sale fácilmente 150 mil pesos, que es con lo que se compra una bicicleta entera básica, pero completamente funcional. Esto sin contar el gasto en bencina, seguro, revisiones, cambios de aceite, permiso de circulación y la depreciación del automóvil año a año.
En fin, creo que en estos tiempos que corren prefiero correr menos, usar un buen casco, hacer algo de ejercicio y trasladar mis 72 kgs en una máquina de 20 kilos en vez de ir encerrado en un caro e impráctico artilugio de 800.

martes, 6 de septiembre de 2011

Huida

En este post no habrá ni un puto rayo, cadena o pedal. No ando en bicicleta. No en esta época del año al menos. Soy uno de esos hueones dentro de la jaula de metal. Pero sabís? Me gusta la hueaíta. Cómo hacer para funcionar en el tránsito demencial de Santiago sin perder la cordura en la empresa. No es tarea fácil, seguro. Y no crean que no ando en auto: todas las semanas me pego pique a la plaza Ñuñoa a la hora pick (tipín 7). Una hora fácil...

Pero lo que me motiva escribir es la caída. Caer, lento, profundo, ciego. Lo que más me gusta es la parte donde no se ve ni parriba ni pabajo. Inmóvil, sin mover un músculo. Sin saber que se está cayendo. No será más de un minuto, pero la vida se paraliza en un minuto. Sólo hay cabeza para mirar la masa verde en la que uno cae y cae. Verde y negra. Debe ser parecido a lo que ve un óvulo cayendo por una trompa. Y de repente uno como que imagina una mancha blanca en la verdenegrez reinante. O lo vi? No, si parece que es real. Y de repente aparece un mundo completo abajo: rocas gigantes, cochayuyos por montones, y puta, pescados, cualquier cantidad de pescados. Hay que ver la cantidad de gente que vive acá abajo. Todos en algún oscuro afán indescifrable. Ocupados, eso sí. Putas que se ven ocupados. Quizás en qué. Han visto la cara de un pescado? No se cacha. No hay hueón más críptico que un pescado en su afán.

Y entonces: inhalo. Respiro. Y exhalo. Un festival de burbujas. Y de repente estoy respirando bajo el agua, y llevo más que nunca en mi vida metido acá, y no me ahogo (igual un poquito, pero es como rico) y estoy en otro mundo. Floto. Floto sin hacer ningún esfuerzo. Será esto lo que sienten las gaviotas cuando se mantienen contra el viento sin aletear? Y a pesar del traje percibo el frío violento del agua que me mantiene despierto. Y la rigidez del agua, y la presión de tener 30 metros de agua arriba de uno. Pero respiro: tranquilo... inhala, exhala, más burbujas, pero tranquilo, quieto. Para que dure el aire...

Y cuando ya me estoy acostumbrando, sin darme cuenta, sin notar el tiempo me doy cuenta que estoy en la reserva. Siempre es tan corto. Y subo, hacia la luz, hacia el azul. Lento aleteo y me despido. Y la verdenegrez de nuevo, y de nuevo estoy en la mitad de nada, sin arriba ni abajo. Y de pronto vislumbro la textura de las olas. Me lanzo de cabeza y casi sin percibirlo estoy respirando aire libre de nuevo. Volví.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La Cleta y La Roja

Viernes 02 de septiembre, 2011

14:00 hrs.
Tramo: Pedro de Valdivia con Pocuro a Av. Santa María con El Cerro
Enchufo los audífonos al iPhone y sintonizo la radio ADN para escuchar "ADN Deportes". La transmisión es referida al partido que jugará la selección chilena contra la ídem española en Saint Gallen, Suiza. Están en la mesa de transmisiones Guarello, Sepúlveda y Mouat, Los 3 Tenores y en la conducción Carlos Costas, todos analizando al menor detalle la formación de La Roja. Hay dudas sobre la conveniencia de jugar sin un referente de área como Suazo, de la juventud del chico Vargas que es convocado por primera vez a la selección. Hay apuestas, pronósticos y esperanzas de un buen desempeño del cuadro dirigido por el Bichi Borgi.

15:20 hrs.
Tramo: Av Santa María con El Cerro a Av. Vicuña Mackenna con Av. Matta
El se escucha el ambiente en el estadio de Saint Gallen, la voz del "Trovador del Gol", Alberto Jesús López da la alineación de "La roja de Europa" (es decir la selección de España) y La Roja de todos. Una breve entrevista con Bam Bam Zamorano que recuerda sus días de triunfo en el Club St. Gallen de Suiza y los comienzos de su promisoria carrera en el viejo continente. Faltan poco minutos para el inicio del partido.

16:01 hrs.
En Av Vicuña Mackenna 1400
La voz de Alberto Jesús da la largada al cotejo con un intenso "Coooooooooommmmeeennnnnzzzoooooooó el partido" y dan ganas de seguir pedaleando, de ir avanzando con el viento de este segundo día del mes de septiembre dándote en la cara, de imaginar el encuentro futbolístico, de ponerle más ganas al pedaleo con cada gooooool cantado por el trovador y de disfrutar del triunfo compartido de ganarle al aburrimiento, al taco, a la rutina y a la indiferencia. Pero hay que trabajar y volver por un rato a la realidad cotidiana... A los pocos minutos Mauricio Isla nos regala el 1 a 0 y después "El chico Vargas" mete un golazo en su debut como seleccionado nacional...

¡No hay nada mejor que vivirse un partido de La Roja por la Radio ADN y en la Cleta!

Stgo!

primavera

¡Que buen momento del año!
En alemania en 1° de mayo, feriado por el día del trabajador, hacen grandes fiestas colectivas, no porque les interese mayormente el contexto social o laboral del onomástico, sino porque marca el fin del invierno y empieza a volver el sol (vaya invierno que tienen por lo demás).
Acá eso equivale a todo el frenesí dieciochero de septiembre. Creo que las celebraciones masivas, las fondas y todo el desenfreno y curadera nacional no responden tanto al patriotismo o celebración de la independencia (que por lo demás tampoco terminó de concretarse en el momento en que firma la primera junta de gobierno) sino que la gente celebra el cielo azul, los días más largos, las nubes blancas, las flores en los aromos y los cerezos, el viento sur, el olor a polen, las golondrinas, las mañanas frescas y luminosas con la cordillera todavía nevada. Celebran que renace la tierra, brotan las ramas,vuelve el sol al hemisferio sur, con la promesa del calor, de andar sin ropa, de bañarse en alguna playa, de volver a salir a la calle sin encorvarse.
Para qué decir de andar en bicicleta...
Salir poniéndose el puro casco, respirar el aire tibio de media mañana, sentir el viento fragante en la cara. Pedalear con la fuerza de lo que brota dentro, de la alegría de vivir, de seguir estando, de pasar entre los autos como un fantasma, una exhalación en dos ruedas, con risa, con pena también por los que van atrapados dentro de la cáscara de lata, entrampados en un taco, si no hay taco compañeros, la calle está abierta y está limpia y despejada por la lluvia que hace apenas unos días cayó y que dejó paso a este cielo calipso, a esta cordillera que me guía, a todos estos árboles empenachados de flores y hojas nuevas, verdes claras como la esperanza que tengo de estar todavía muchas veces más en este momento del año, mi favorito, aunque me den todas las putas alergias del mundo, amo los aromos amarillos aunque me cierren las vías respiratorias y me ahoguen en virtud de quien sabe qué antigua disputa o conflicto kármico.
Los invito, mis amigos, tomen sus bicicletas, acompáñenme en esta aventura deslizante. Subamos algún cerro y tirémonos a toda velocidad, gritando, sin manos, volando, anunciando a los 4 vientos que somos libres, que estamos vivos, que queremos estar, que somos parte de esto.

martes, 30 de agosto de 2011

el cuento completo

Ya. Mucha iluminación, muchos recuerdos, sensaciones de gaviotas planeando... aquí va el lado B:
-frío: el frío es una mierda para la bicicleta. Hay que andar mega forrado. Venden todo tipo de vestimenta tecnológica, pero entre ponérsela y sacársela cada vez es toda una gimnasia.
-resfrío: y en particular su complicación, la sinusitis, consecuencia directa de lo anterior.
-traspiración: llegar a la pega como caballo de bandido no es grato. Se ha visto ciclistas secando camisas con secador de pelo, estufas o poniéndolas al sol. la mochila queda marcada en la espalda y respecto a lo que va en contacto con el asiento mejor ni hablar.
-lata anticipatoria: sobretodo aunado al punto n°1, despertar en un día de 2° C, nublado tirando para llovizniento y saber que hay que ir a subirse a la bici es duro. El antídoto es cuando ya se está andando, a la tercera cuadra ya se pasa todo, endorfinas mediante.
-pinchazos (y otros desperfectos varios): el terror del ciclista, peor si se va a la hora justa. si no se es un mcgiver del ciclismo (quien viaja con herramientas y todo tipo de repuestos y cámaras) significa un inconveniente mayor y caminar con la bicicleta en la mano hasta el taller más próximo (se sugiere tener un mapa mental de todos los talleres cercanos a las rutas más usadas).
-robos: en gran medida resuelto por candados tipo kriptonite, no deja de ser tema y pesadilla recurrente cada vez que se deja la joyita estacionada en algún lugar público.
-automovilistas agresivos y/o pánfilos: david contra goliat, qué es uno comparado con un 4x4 que se te tira encima en una esquina.
-charcos de agua y barro: no hay tapabarros 100% efectivo contra el efecto decorativo de las salpicaduras en los pantalones.
-quien quiera toma la posta y siga. de todos modos sigo prefiriéndola al auto. tendré que hacer una lista similar respecto a andar en auto, actividad altamente sobrevalorada en nuestra sociedad.

lunes, 29 de agosto de 2011

Awakening to evolution

Tal vez le estoy poniendo, pero el andar a ritmo de bicicleta para mi tiene que ver con una sensación, un ritmo y finalmente un estado de conciencia.
Me gustó este párrafo del místico norteamericano Andrew Cohen, refiriéndose al cambio de conciencia como parte de la evolución del hombre.
Súbase a su bicicleta e ilumínese!!!


At the highest level, the evolutionary impulse is experienced as the spiritual impulse, the mysterious compulsion to become more conscious. Sometimes we feel this as an inexplicable yearning, a reaching toward perfection. At other times, it's a nagging and relentless existential discomfort, a sense that I mustfind a way to wake up, to evolve, to liberate my heart and enlighten my mind. This spiritual longing, this ecstatic urge to become more conscious, is the most profound expression of that initial cosmic explosion.Your own spiritual yearning is not separate from the big bang itself.

domingo, 28 de agosto de 2011

El pulso de las cosas


Cuando voy en bicicleta, no puedo evitar ir tarareando melodías. Lo más lindo de estas melodías es que se pierden en los remolinos que voy dejando entre los autos, los árboles, la gente. Me gusta ir rápido, esa es la verdad, me gusta que las cosas sean fugaces, porque todo en la vida lo es. Así es como le he tomado el pulso a las cosas. Me escabullo, me siento una liebre en un bosque, y las sirenas, los gritos, las bocinas son la mejor armonía para esas melodías de una sola vez.
La única cosa duradera es la sensación. Es mi pulso el que se encabalga con el de la ciudad, la vorágine me gusta, pero más me gusta dejar de pedalear, ir con el vuelo. Seguro que es lo mismo que el planear de un ave: cuando las gaviotas se quedan suspendidas en el cielo, dejando que el viento resbale bajo sus alas, soy yo bajando por Irarrázaval, serpenteando.
Sí, ahí me doy cuenta de que estoy un poco loco, o que quizás, los locos son los demás que me ven pasar y me maldicen en silencio por ir entre los autos, más rápido que ellos, más contento, más ágil y despierto.
No me asusten con la muerte, mi bicicleta rueda bonito conmigo encima sabiéndome pájaro silbante, entre una muchedumbre de vendedores ambulantes de colores, con sus bufandas y sus olores de sudores malgastados en una ciudad de ritmo galopante.

Por Santiago Ramirez hijo. Se suman bicicleteros a este espacio. Bienvenidos todos!

sábado, 27 de agosto de 2011

Pedaleo, hemisferios cerebrales y educación

¡Las cosas son como son y no pueden ser de otra forma!

Debemos pasar horas, días, años y una vida en el trabajo, debemos movernos en auto y perder el tiempo irremisiblemente en un taco, debemos bajar las revoluciones, ponernos sedentarios, engordar, anquilosarnos y envejecer.

¿Las cosas son como son y no pueden ser de otra forma?

Compré mi primer auto el año ’92, un Volkswagen Escarabajo de 1961. Pasó de ser “una joyita” como decía en el aviso del diario, a “el cachito”, porque tuvo una pana después de otra. Después vino un Amazon, más tarde un jeep Suzuki, un Vento, un Daewoo, un Palio y un Fiat Grande Punto… Pocas veces me planteé una opción diferente para moverme de un lado a otro por la ciudad de Santiago. Un auto siempre fue lo evidente, a lo que todos aspiraban, lo que había que tener y más aún, si tenía un auto “bacán” yo era ídem, así que hubo algunas veces en que despilfarré una buena cantidad de lucas para tener ese auto que sería, ni más ni menos, la extensión de mi miembro viril.

Y como consecuencia aumenté de peso, me eché a perder la columna, mis hombros se tensaron hasta transformarse en bloques compactos, el cuello en un cilindro de lo más rígido, y así la neurosis, la rabia y la amargura fueron instalándose en mi cabeza y mi cuerpo. Si alguien me miraba desde su auto mi respuesta mental era: “¡Qué te pasa re con…$%$&@#!” Si alguien me tocaba la bocina mis nervios se crispaban, si alguien no me daba el paso era un verdadero saco de pelotas. Choqué un par de veces y otras tantas me chocaron. Estoy vivo de pura cueva.

Un día desempolvé mi bicicleta del año ’94 y comencé a pedalear. La sensación fue frustrante, me costaba respirar y las subidas, por ínfimas que fueran, significaban un esfuerzo casi sobre humano. Luego mi vecino me invitó a subir el cerro San Cristóbal, odisea que jamás había realizado. (Recuerdo que lo intenté muchas veces en mi década de los veinte, pero en cuanto la cosa se ponía difícil, me daba media vuelta y bajaba hasta el primer boliche donde me comía un buen lomo italiano con una cerveza. Total, era flaco, joven y fumador). En fin, regresando a la subida del cerro: lo logré. Seguí a pie firme la recomendación de mi amigo: “aunque sientas que estás muriendo, no te detengas, sigue pedaleando…”. Y así lo hice.

Llevo 11 meses en que la bicicleta ha sido mi medio de transporte principal. He tenido uno que otro inconveniente menor, pero esa es otra historia. A donde quiero llegar es a que nunca antes se me ocurrió que podía ser un buen medio para moverme por Santiago. Me parecía lejano, absurdo, sin sentido alguno. Es más, inimaginable. Pero como dije, “seguí pedaleando”, y tanto que hoy si paso un par de días sin hacerlo comienzo a bajonearme. Volver a pedalear en forma obsesiva, como cuando era niño, abrió una zona de mi cerebro que se había mantenido herméticamente cerrada por harto tiempo y comencé a preguntarme si efectivamente las cosas, todas las cosas, los objetos, costumbres, sistemas, organizaciones, relaciones, trabajos, amistades, en fin… Si era cierto que las cosas debían ser como son.

Pedaleando a diario puse a funcionar el otro hemisferio de mi cerebro, el derecho que, como define Wikipedia:

“Es un hemisferio integrador, centro de las facultades viso-espaciales no verbales, especializado en sensaciones, sentimientos, prosodia y habilidades especiales; como visuales y sonoras no del lenguaje, como las artísticas y musicales. Concibe las situaciones y las estrategias del pensamiento de una forma total. Integra varios tipos de información (sonidos, imágenes, olores, sensaciones) y los transmite como un todo.”


Hoy los estudiantes chilenos, que no tienen miedo a los cambios y cuyo hemisferio cerebral derecho está en óptimas condiciones, nos están demostrando que es un imperativo que nos hagamos esta pregunta: ¿Las cosas deben ser como son? O dicho de una manera más apropiada: ¿Cómo queremos que sean las cosas?

Veo y escucho a conductores de TV y radio, periodistas, personalidades, los llamados “expertos”, investigadores, sociólogos, panelistas, autoridades, ministros, sicólogos, diputados y senadores, todos atrapados en una discusión y más aún, en una visión cerrada, sesgada y cegada. No son capaces de observar lo que ocurre desde otro ángulo, están tan acostumbrados a “andar en auto” que no imaginan cómo sería Chile de otra manera. Y de pronto un joven universitario dice las cosas como son y lo dice sin temor: “senadora designada”, “sistema perverso”, “enriquecimiento grosero”, “abuso”… Aaaahh…. Y es como un nuevo aire que comienza a soplar; un aire limpio y balsámico que nos recorre por dentro. Los estudiantes chilenos no “andan en auto”, ellos se mueven a pie o en micro, en metro o bici y la gran mayoría de las veces se desplazan volando, algo que los adultos hemos olvidado cómo hacer.

Pedaleando he redescubierto la amabilidad: cuando las miradas de dos ciclistas se cruzan aparece una sonrisa; he descubierto una nueva realidad: el tiempo pedaleando es creativo y activo; he descubierto la energía: mientras más pedaleo, más quiero pedalear y mejor me siento; he descubierto que el mundo no se mueve presionando un acelerador: ¿es razonable que un mínimo esfuerzo nos entregue un máximo de “satisfacción”?.

Pedaleando he descubierto que podemos mirar el mundo desde otro lugar, que podemos cambiar de lentes, que podemos observarlo en todas las formas que sean necesarias, porque el único fin de esa nueva mirada es encontrar la manera de vivir mejor: más sanos, más vitales, más abiertos y más felices.

¿Y ahora? A pedalear.

Santiago A. Ramírez
Agosto de 2011.

jueves, 25 de agosto de 2011

miércoles, 24 de agosto de 2011

cerebro y bicicletas




Hace ya sus buenos años, cerca de la treintena, que empecé a sentir en carne propia aquello que algunos de mis maestros de la medicina tanto enfatizaban: el deporte es bueno (y necesario) para la salud.
Hay un momento de lucidez en la vida en que uno se empieza a dar cuenta de que se demora más en recuperarse cuando se cansa, que se cansa más luego, que no se rinde igual si no se duerme bien. Que le empieza a doler el cuerpo, así, de nada en particular, sobre todo al levantarse en las mañanas y se encuentra uno de repente exclamando algún ay! entredientes, medio suspirado, cuando se agacha a recoger algo que se le cayó, igual que uno veía le pasaba a la abuelita cuando era niño.
Al mismo tiempo de estos descubrimientos me empecé a dar cuenta también de que si hacía deporte (trote en una primera etapa, cuando todavía no se inventaba la palabra runner) me sentía mejor después, tenía más energía, me sentía menos cansado, más relajado y probablemente podía agacharme y moverme con mayor fluidez.
Comencé entonces a averiguar más sobre los beneficios del ejercicio físico, desde la perspectiva de la salud metabólica, circulatoria, del sistema locomotor, del envejecimiento y sobretodo desde la perspectiva de la salud mental, mi pedazo de la medicina de preferencia.
Conocidos desde hace tiempo son los beneficios del deporte, en términos de irrigación y oxigenación neuronal. También por supuesto a propósito de las endorfinas, maravillosos péptidos secretados en el cerebro al hacer ejercicio que producen analgesia (una de las explicaciones de agacharse o moverse con menor dolor) y sensación de bienestar, que es una de las explicaciones para quienes se hacen “adictos al deporte” (de las adicciones, entendidas como la necesidad determinada orgánicamente de desarrollar alguna actividad en particular, lejos la más sana).
Sin embargo hoy se conocen variadas otras sustancias que se producen y secretan al hacer ejercicio, tales como la hormona de crecimiento y el factor neurotrófico que esta contribuye a liberar en el hígado, el IGF-I (o somatomedina C), que a su vez parece liberar varios más, que contribuyen a mantener un un cuerpo (principalmente el sistema óseo y locomotor) y un cerebro más sano, prevenir el deterioro y muerte neuronal y mejorar la sensibilidad propioceptiva, vale decir percibir concientemente nuestro propio cuerpo, y desde ahí aumentar nuestra sensación de bienestar )para quien quiera más información sobre esto sugiero revise el link http://bit.ly/aZm7sf ).
Es también hoy plenamente conocido que las endorfinas, además de todos estos factores neurotróficos en pleno descubrimiento, tienen un rol muy importante en el manejo y modulación de cuadros anímicos y ansiosos. Son los “ansiolíticos y antidepresivos internos”.
Así es como hoy por hoy llevo más de 15 años ininterrumpidos haciendo deporte (tenis, bicicleta, caminatas) por lo menos 2 veces por semana, ojalá 3 o 4, y disfrutando de sus beneficios, mejorando mi calidad de vida y mi sensación de disfrute.
Una de las primeras cosas que recomiendo a mis pacientes cuando llegan a mi consulta con cuadros depresivos, ansiosos o bipolares es el ejercicio. Idealmente alguno que “moje la camiseta” (intensidad de ejercicio usualmente asociada a la liberación de endorfinas). Los tratamientos psiquiátricos cambian dramáticamente cuando los pacientes empiezan o retoman su actividad deportiva, pudiendo muchas veces incluso disminuir las dosis utilizadas o de frentón la necesidad del uso de psicofármacos. Por otra parte, una vez recuperado el cuadro clinico inicial, el hacer deporte en forma regular es un importante factor preventivo de recaídas en patologías de esta naturaleza.
Volviendo entonces a lo que decía en un principio, y como les escuchaba a mis maestros, el deporte es efectivamente muy bueno para la salud. Para la mental también.
Ahora bien, en casos de pacientes con síntomas ansioso-depresivos y ante recomendaciones de hacer ejercicio regular, aparece siempre la pregunta de qué deporte sería bueno o conveniente hacer. Y, como no, las resistencias canalizadas a través de las dificultades para realizarlo en virtud de variados argumentos; falta de tiempo, antiguas lesiones, falta de dinero para ir a un gimnasio o piscina, etc.
Aquí es donde quiero introducir en escena a mi querida y vieja amiga: la bicicleta y en particular en su uso como transporte urbano.
La bicicleta reúne varias condiciones favorables todas al mismo tiempo. Es un ejercicio bastante completo y aeróbico, la intensidad de este depende del entusiasmo del propio ciclista, es un medio de transporte, es barato, no requiere de más infraestructura que la bicicleta misma, no requiere de inscribirse en gimnasio o academia alguna, descongestiona la ciudad, ahorra dinero en movilización a quien lo realiza, permite hacer ejercicio en los tiempos habitualmente dedicados a transportarse (eliminando la principal excusa para no hacer deporte de “no encuentro el tiempo para hacerlo”) y además es un ejercicio simple y que casi el 100% de la población ya sabe hacer desde su infancia (“es como andar en bicicleta”).
Considero que sería altamente deseable un plan centralizado de fomento del ciclismo urbano. De hecho ya mucha gente ha empezado a usarlo en el sector oriente de Santiago, y en sectores populares y en provincia, particularmente en el campo, ha sido un medio utilizado desde siempre. Buenas ciclovías interconectadas, calles de utilización mixta con velocidad máxima de 30 kms por hora para automóviles, campañas de educación a los automovilistas respecto de como interactuar con ciclistas en las calles, estacionamientos vigilados de bicicletas en estaciones claves del metro, son estrategias que en otros países han rendido importantes frutos.
Se lograría que la gente tenga endorfinas circulando mientras se traslada, disminuyendo así en gran medida sus síntomas depresivos y ansiosos mientras pedalean, respirando aire fresco, usando sus cuerpos, nutriendo sus neuronas, huesos y músculos con facotres tróficos, llegando a sus lugares de trabajo contentos, relajados, en vez de hacinarse e irritarse en buses del transantiago que por lo demás no dan abasto. ¿No sería una solución de varios problemas de una sóla vez?
¿En qué estamos que no lo hacemos?
Yo por lo menos instalé ya un estacionamiento de bicicletas en mi consulta. Un pequeño grano de arena a la causa y una invitación tácita a mis pacientes.

lunes, 22 de agosto de 2011

Santiago


Difícil ciudad para cicletearla.
Leí por ahí que Assadi, arquitecto que escribe en Vivienda y Decoración del Mercurio, y a quien en general leo con interés y respeto, dijo alguna vez (desde lo que claramente muestra sólo su ignorancia) que esta ciudad era incompatible con el uso de bicicletas, dada la pendiente que tiene de este a oeste.
La verdad es que es claramente bicicleteable de norte a sur y de este a oeste (la electrocleta siendo la alternativa si no se quiere llegar demasiado sudado y/o cansado) y para la gran mayoría de sus habitantes. Exceptuaría a quienes viven a más de 15 o 20 kms de sus trabajos. En esos casos es donde se requiere mejorar la infaestructura de estacionamientos de cletas en estaciones del metro claves.
De hecho es llamativo que siendo una ciudad TAN bicicleteable (mayormente plana o con pendiente leve, altamente sectorizada, con una gran cantidad de la población que se mueve sólo entre comunas contiguas, que tiene a sus hijos en colegios de su comuna o que va al supermercado unas pocas cuadras más allá) sea TAN altamente poco amigable con el ciclista urbano.
Existe un grupo que no en vano se autodenomina "furiosos ciclistas", supongo que porque sólo al moverse en tal estado emocional se tiene la adrenalina suficiente para hacer el trayecto con menor riesgo de lamentar accidentes.
Las ciclovías son escasas y en general bastante lamentables en su diseño, sin continuidad alguna (por lo menos aún). Los automovilistas tienen cero cultura cicletera (hasta donde recuerdo en el reglamento del tránsito que me tocó estudiar no había mención mayor a las preferencias de un auto respecto a una bicicleta). Para qué decir de las micros y camiones. Los peatones nos consideran sus enemigos. Quedamos así los ciclistas en tierra de nadie, los peatones nos quieren lejos y los senadores fuera de las calles. Parias de la movilización ciudadana ("somos tránsito" es uno de los lemas de los activistas cicleteros europeos).
Es una lástima siendo como es una actividad tan altamente disfrutable y efectiva: hacer ejercicio a la vez que uno se traslada, generar endorfinas ocupando el mismo tiempo que se pasaría respirando el aire viciado de adentro de una micro, o sintiendo el viento en la cara en vez de ir encerrado en una cápsula de lata y vidrio. Sin embargo no se lo recomendaría a nadie en Santiago que no esté en buenas condiciones físicas, con óptimo sentido del equilibrio y con alta tolerancia al riesgo y espíritu aventurero.
Lamentablemente esta ciudad no está preparada para que salgan las madres a dejar a sus hijos al jardín infantil en bici con carrito, o para que las familias salgan de sus casas a comprar o al parque con niños pequeños.
Santiago es sólo para los "furiosos", los "salvajes", los "aventureros" y los "temerarios". Así es nuestra ciudad.
O sea que Assadi tenía razón, casi, pero no por la pendiente, sino justamente por todo aquello que no es geográfico.

viernes, 19 de agosto de 2011

bicicletas



Recuerdo mi primera bicicleta, una Oxford. Era roja, con gris y tal vez algo de amarillo. Tenía un manubrio circular y achatado, como de un auto pero aplastado. Era una bici de niños, sin rayos y con rueditas laterales al principio. No recuerdo la etapa de las rueditas. O tal vez sí cuando mi padre le sacó solo una, la izquierda, para que yo aprendiera de a poco a confiar en mi equilibrio (tal vez por eso todavía camino medio ladeado a la derecha cuando me asusto). En todo caso cual Freddy Turbina sí recuerdo andadas aventureras por el pasaje donde vivía, hasta subiendo y bajando veredas, gran hazaña de esos días. Esquivando autos estacionados y yendo a mirar a “los cabros de la esquina”, los hijos de la verdulera que tenía justamente en la esquina su tienda y su hogar, poblado de varios niños, cúal de ellos mas moquillento y bueno para el garabato fácil y el pollo de medio lado.

La Oxford no tenía frenos. Si se pedaleaba hacia atrás retrocedía. Función bastante inútil por lo demás. Por lo menos yo nunca logré andar retrocediendo. Había que frenar con los pies, lo que hacía que la gomita de adelante de las North Star se despegara al tiro. Yo trataba de pegarla con neoprén, pero no me resultaba mucho. Y los dedos me quedaban más pegoteados que la gomita.

Una vez andando en el Parque del Salitre con mi padre y hermano éste se sacó la cresta en una bajada. Había heredado la Oxford y al resto se nos olvidó la falta de frenos. No deberían hacer bicicletas sin frenos, aunque sean para niños chicos.

Creo que mi siguiente bicicleta fue la más importante de mi vida. Tal vez hubo alguna entremedio, ya que ahora que lo pienso el salto es bastante grande, de la Oxford para niños a la Cic amarilla (bicicletas Cic, son mejores, superiores, bicicletas Cic.... ¿se acuerdan de la propaganda?).

Recuerdo lo que tuve antes que la Oxford, que fue probablemente mi primer vehículo móvil, un go-kart rojo de fierro (poco plástico en esas épocas), que tenía una calcomanía que decía mi a mi con forma de un pie. Con el tiempo caché que eso era “Mayami” (aaaahhhh....), ese lugar donde mis padres habían ido y que decían hacía calor cuando acá hacía frío y con palmeras. A mi me costaba creerlo.

Ese go-kart igual era penca porque los pedales eran muy cortitos y no agarraba vuelo. O tal vez mis recuerdos son de cuando yo ya tenía las piernas muy largas y no me cabían bien adentro del tarro como para pedalear.

Bueno, no me acuerdo de nada con ruedas entra la Oxford y la Cic. Yo creo que aperré no más con la bici grande, con el asiento lo más abajo posible y harto entusiasmo, ya que era de fierro puro y debe haber pesado 20 kgs. Era lo máximo, con rueda grande y parrilla. Ahora sí era fácil subir y bajar veredas, e incluso llevar a un pasajero en la parrilla. Sentado o incluso de pie si era lo suficientemente cool y arriesgado. Esa parrilla servía también para amarrarle un cordel para tirar otras bicicletas, o para el deporte extremo de todo un verano, tirar un skate en un remedo del sky acuático (a espaldas de las madres del barrio, que encontraban el skate, recién aparecido en esas épocas, “un juguete del demonio”. Como ni se conocían los cascos por esos tiempos, la verdad es que hoy les encuentro toda la razón. Sin embargo más allá de algunos rasmillones, de esos que duran semanas y echan agüita, no pasó nunca nada).

La hazaña máxima era trepar (sin cambios, ojo) la subida de Sausalito y dar la vuelta a la laguna. No faltaba el que sacaba pica con una Caloi de 3 cambios, la primera bici con esa tecnología que vi en mi vida. A la bajada tirarse a 40 km/hr y hacer que el vuelo durara hasta 5 oriente.

Mi padre con buen ojo compró 2 Cic iguales. Por pequeñas raspaduras y altura del asiento nunca hubo un asomo de duda de cual era la mía y cual la de mi hermano. Muchas carreras “a la chilena”, partidos de “bicipolo”con palos de escoba y pelota de tenis, paseos hasta la Avenida Perú y hasta Reñaca.

Finalmente robaron las 2 cletas juntas fuera del flipper de Olmué una tarde-noche en que la criminalidad entró de lleno a mi vida preadolescente. Fuimos a los pacos y ni nos pescaron. Por años anduve mirando a los ciclistas de Olmué a ver si pillaba al ladrón de mi Cic. Nunca más la vi.

Ya en esa época conocía (y admiraba) la que sería mi próxima bicicleta, la Raleight azul media pista de Fabio Perioto, el amigo brasilero del barrio. Con cambios (6 y además 3 platos, ¡o sea 18 combinaciones!). Era rápida, tanto que dejándonos muy atrás a las Cic una mañana de paseos en el Sporting el Fabio se cayó (ruedas delgadas de media pista, malas para andar en tierra) y se quebró el húmero izquierdo.

Cuando el amigo extranjero se volvió a su país tuvo la deferencia de ofrecerme su bicicleta en venta, a precio más que razonable, hay que decirlo. Lo recuerdo claro, fueron 11.000 pesos que mi padre aportó, en honor a mi buen rendimiento escolar y al duelo reciente del robo de mi querida Cic.

Ahí me empecé a dar cuenta que no todo lo que brilla es oro. La media pista era bastante incómoda para subir y bajarse, algo inestable a alta velocidad (el húmero de Fabio como recordatorio elocuente), el asiento harto duro y en definitiva bastante menos “social” que la Cic con su velocidad más reducida y su parrilla “porta-amigos”. Más allá de un par de piques a Con Con por el camino de la costa no conservo mayores recuerdos importantes.

Probablemente la adolescencia trajo otras prioridades, y el andar a pie como símbolo de vida gregaria y vagabundeante. Creo que pasaron años alejado de las 2 ruedas hasta que llegué a vivir a Colonia, Alemania. Fue como ir a una fábrica de chocolates para un niño en abstinencia al cacao.

Colonia es una ciudad de bicicletas. Fue mi primer encuentro con algo casi de otro planeta llamado “ciclovía”, “nur fahrrad” decían las cuestiones. Si uno andaba distraído, vil peatón metido en una ciclovía, el ciclista sajón de ceño fruncido tocaba rabiosamente, y con pleno derecho, su campanilla. A veces hasta profería algún insulto incomprensible, pero acojonante.

Así de validadas estaban las bicicletas. Ahí entendí que eran un medio de transporte de verdad, como había intuído alguna vez al ir al campo y ver a los campesinos volviendo a su casa a las 6 de la tarde.

Como no tenía un peso (un marco, en realidad) comencé un proceso alucinante de autoconstrucción de mi bicicleta, un quiltro negro que nunca terminó de renovarse, durante los 2 años que acompañó mis viajes.

Recogí un marco abandonado en un “cementerio de bicicletas” (estacionamientos de bicicletas cerca de alguna estación de metro importante donde van quedando restos de bicicletas abandonados por sus dueños), al que producto de otros “rescates” fui agregando rueda trasera, delantera, volante, campanilla, etc.

Estos cementerios son tan fecundos en repuestos que muchas veces era más fácil cambiar la rueda delantera completa, antes que reparar un pinchazo. Sólo se necesitaba andar con un set de llaves de tuercas en la mochila, un bombín y un poco de creatividad sudaca.

De mi bicicleta negra, tal vez una de las más queridas por lo autodidacta, hay muchas anécdotas cicleteando por la orilla de Rhin y otros canales de la zona de Hamburgo, por los campos del centro de alemania, similares a los de Valdivia, bosques intercalados con praderas, por Suiza (con dificultad, dado que la mejor rueda trasera que encontré era una que tenía un piñón con solo 3 cambios).

Fue además y por segunda vez en mi vida, después de la Cic, mi principal medio de movilización.

Una historia memorable es cuando en Münster, pueblo universitario cerca de Bremen, en el centro-norte de Alemania salí en mi bólido al bar heavy-metal que tenían unos chilenos, frecuentado por todos los latinos lánguidos perdidos por esos andurriales.

Después de un par de horas (y schops de cerveza con ley de pureza) al salir la escena completa se había puesto blanca y silenciosa. 20 cms de nieve lo cubrían todo. Feliz me fui marcando mi huella continua por la nieve inmaculada, hasta que zas!, en una esquina la bicicleta y mi cuerpo siguieron caminos distintos. Den por descontado que en ese momento me acordé de mi antiguo amigo brasilero, si bien no tuve que lamentar huesos rotos en este caso, solo machucones y el aprendizaje de que cicletear en nieve puede ser bastante resbaloso.

Esa bicicleta se la regalé a un amigo chileno al volverme a este hemisferio. No sé si habrá apreciado en su totalidad la obra de ingeniería que terminó siendo. Probablemente hoy descanse en algún cementerio parecido a los de donde salió, o incluso sus pedazos formen parte de la bicicleta de algún otro inmigrante posterior.

La historia vuelve a saltar unos años. Después de esa maravilla de conectividad cicletera urbana, bicicletear en Santiago me parecía una locura suicida. Lo intenté un par de veces ¡en la Raleight azul! que mi hermano de por ahí había desenterrado y reparado. Sin embargo la intentona no prosperó, no sé si por culpa de la Raleight (parecía tener alguna maldición encima, ¿qué será de ella?) o por el shock cultural de volver a esta sociedad americanista/automovilista/antibicicletista.

Entonces conocí las mountain bikes. Estaban de moda en Chile. En Alemania las bicicletas, por lo menos las que andan por las ciudades, son de paseo. Acá todo mountain. Supongo era (es) el equivalente a la fiebre motorista por los 4x4.

Total, me compré, creo que por primera vez en mi vida pagada por mi, una bicicleta de montaña, Alpina color azul, y con el chiche de la tecnología, amortiguadores delanteros color amarillo. De fierro. En esa época recién comenzaban a aparecer las de aluminio u otros metales.

Rápidamente me di cuenta de que siendo más cómoda que una media pista distaba de la comodidad de una de paseo. Había que pedalear medio agachado, el asiento era bastante más duro y la falta de tapabarros se hacía notar al pasar por los charcos.

De todos modos tuvo una muy buena época subiendo por el Arrayán y el camino a Farellones, como así mismo algunos años después pololeos ciclísticos por el cerro San Cristóbal y por Providencia, donde oh! aparecieron algunas ciclovías. Algo ridículas, hay que decirlo, ya que llevan desde no hay nada hasta aquí se acaba, no son más largas que un par de kms. y a veces tienen un árbol justo en la mitad. Pero supongo es el inicio, una especie de carretera austral del ciclismo urbano capitalino.

A mi Alpina se le vio en su momento con silla de niños bien instalada sobre la rueda posterior, dándole sus primeros paseos a mi hijo en raids familiares por el parque de las esculturas, que aparentemente fueron fructíferos a juzgar por su pasión cicletera actual.

La historia se cierra (por ahora) con esa misma Alpina reconvertida y reloadeada en electrocleta o AC/BC, como le decimos con algunos de los amigos cleteros y electrocleteros.

A la misma bici de siempre le agregué un kit de batería de litio, y motor eléctrico de tracción delantera. Total hoy por hoy he vuelto a la sensación alemana de ser mi bici mi medio de transporte. Me sirve para ir y venir de la consulta 300 días al año. Si quiero pedaleo a lo loco y transpiro, si quiero uso el acelerador, me dejo llevar silenciosamente por el motor y descanso. Una maravilla. Endorfinas aseguradas, ejercicio cotidiano y la continuidad en algún lugar adentro con el niño aquel que montaba la Oxford y frenaba con los pies. La misma sensación de autonomía. La misma sensación de libertad.

Yan Canepa

Santiago de Chile 18 de agosto del 2011.