viernes, 14 de octubre de 2011

música en mi vida

-intraútero y primerísima infancia: no recuerdo nada, pero creo que debo haber escuchado muchos boleros, elvis presley y mozart, porque se me hacen muy conocidos, como de toda la vida.
-infancia preescolar: los ratoncitos blancos, que eran un LP de unos wns sobrerevolucionados cantando pelotudeces como "hay un pajáro (ahí el tilde, no es error) blanco parao en la esquinaaa... ina" (cualquier alusión o asignación de intenciones pedófilas guárdenla para uds). si uno los ponía en velocidad más lenta en el tocadiscos se cachaba que no eran ratones, sino que unos wns roncos cantando como en ácido. igual eran buenos. mención honrosa a "tolín-tolín-tolán" de la charo cofré, que no sé como le editaron un disco en chile en esos años.
-infancia: coincide con una cierta latencia musical. si recuerdo haber escuchado muchos discos de música de mis películas favoritas de disney ("el maaagico muuundo de coloooreees"), me acuerdo ahora particularmente de la música de dumbo, de quien me sentía empático, si bien no por lo orejón, sí por la sensación de poco pescado, que algún día será famoso y salvará a todos los wns (cualquier comparación con la intencionalidad de este blog o de la profesión elegida guárdensela así mismo para vosotros). tal vez también haya también influído el episodio aquel en que dumbo consume algo psicodélico (si no lo recuerdan véanlo, notable segmento absolutamente poco apto para menores). también peter pan y "volarás, volarás, volarás" (ya córtenla!).
-adolescencia: de la panfilez más despampanante pasé a conocer y disfrutar black sabbath, pink floyd, ac/dc y led zeppelin. posteriormente un período de locura con rush. tambores, guitarras y rock ´n roll!
-universidad: giro violento hacia la nueva trova. delirio obsesivo con silvio rodriguez. creo llegué a conocer todas sus canciones (son como 3 mil) y discos, hasta las que sólo tenían grabaciones informales. además de todo el chorro de cantores-protestones de la década de los 80, y los eternos chilenos, victor jara, inti-illimani y quilapayún. chalecos de lana, guitarreos cantando al son de la bicicleta hasta la ronquera.
-post universidad: devaneos eclécticos de lo más variados. prácticamente todo lo anterior en distintos momentos y según estado de ánimo (excluyendo los ratoncitos blancos). etapa de música hindú a granel, con o sin narrador en off hablando de inmortalidad del cangrejo.
-adultez: mesmerización por música electrónica del tipo trip hop, lounge, chill out o ambient. la cosa étnica con bases electrónicas, desde el tango, a ritmos polinésicos o lamas rumiando por la nariz. mención especial para bebel gilberto.
-actualidad: todas las mañanas radio disney (ya no tocan dumbo o peter pan, eso sí, sino que unos pendejos tirados a grandes, que tienen "bandas" y actúan como rock star, pero las groupies les convidan dulces y coca cola), en las tardes la tele a todo chancho no deja mucho espacio para otros sonidos en la casa. en las noches,  y si es que hay invitados, el genius del ipod decide, a partir de algún tema de massive attack, lila downs o chico trujillo, según sea picoteo, reunión social o asado.
-a veces, sólo a veces, me pongo los audífonos y escucho algo especial para ese momento. habitualmente cuando ando en metro. a veces lloro, pero me hago el wn pa que no crean que estoy loco. la última vez que lloré fue con "mírame bien" del unplugged de julieta venegas.

martes, 11 de octubre de 2011

Cuentakilómetros

Hace un par de días mientras manejaba entre Viña y Santiago por casualidad me fijé que el cuentakilómetros marcaba 2.005 (sí, el auto es nuevo, producto de la fundición de 2 autos ya no tanto en uno familiar más una electrocleta), que es  el número del año del nacimiento de mis hijos.
Me pillé pensando hasta qué kilómetro viajarán ellos, hasta cual llegaré yo.
Si seguimos el kilometraje alcanzado por mi viejo yo me quedaría sin bencina el 2.041. O sea justo 30 años más.
Sin perjuicio que me gustaría alargar un poco la reserva, tal vez hasta tipo 2.050, esta idea me hizo pensar y filosofar un buen rato (y unos buenos kilómetros), mientras el resto de la familia dormitaba en sus respectivos asientos.
30 años puede parecer bastante tiempo, pero a la vez ya he vivido casi un 50% más de eso. Y se pasó bastante rápido, la verdad.
La pregunta que apareció de inmediato entonces fue ¿qué quiero hacer en estos próximos 30, digamos 40 si queremos ser generosos con el rendimiento, años de mi vida?
¿Quiero sacarme la cresta trabajando para asegurarles un buen pasar a mis hijos?, ¿hasta qué punto se justifica en la medida que signifique andar cansado o estar poco con ellos?
Como igual queda poco, ¿me preocupo del colesterol, las pruebas hepáticas y la presión arterial, o le echo para delante no más con mi hedonismo en ristre, sin contemplaciones?
¿Qué tiene o no sentido en la perspectiva de 30 o 40 años por delante?
¿Qué quiero hacer con mi vida, o lo que queda de ella?
Pensé ahí en los apegos, en todo eso que me hace sentir que vale la pena estar aquí. Las personas que yo quiero y los principios e ideas que guían mi vida. En lo que creo, en la bondad, en ayudar, en estar con la gente que uno siente como propia. En compartir, en disfrutar, en reírse y en callar también. Escuchar, abrazar, oler y mirar.
Pensé también en los desapegos necesarios, de todo aquello en lo que no creo, de lo que no siento como cierto. En la vanidad, en la tontera, en la envidia y la comparación. En la maldad. En cómo ser del mundo sin serlo totalmente. En soltar el deber ser y el hacer por hacer.
Pienso ahora entonces en los equilibrios. Entre ayunar y libar, entre esforzarme y disfrutar el ocio, entre preocuparme y dejar ir.
Pienso en tener tiempo, para pensar, para escribir. Para dejarle algo a los queridos. Algo en su recuerdo más allá de la neurosis y el malgenio.
Pienso que se muere en realidad cuando ya nadie se acuerda de uno, independiente del kilometraje.
Pienso en mi mujer, mis hijos, mis hermanos, mis amigos. Pienso en mis padres. En los hijos de mis hijos.
Pienso en tanta gente que no está todavía o ya se fue, que ya ni me acuerdo bien como era la historia.
Pienso que todo esto importa poco, sólo un poco, dependiendo del uso que a este rato uno le dé. Este breve espacio entre dos misterios.
Estar. No estar. Un segundo, un kilómetro de más o de menos. Algún aro en el camino.
Lo que hago y vivo espero a alguien le sirva. Aportar alguna novedad, hacer alguna pequeña diferencia.
Somos rocas que caen desde el cielo a un lago, hermoso, profundo y también aterrador, que se llena así de ondas en expansión.
Duramos un rato. Algunos más que otros. Después el recuerdo. Después nada.
El lago sí siempre permanece.
Nosotros como nosotros ya no.

domingo, 2 de octubre de 2011

Los tiempos que corren

Cuando fui a comprarme un casco nuevo para la bicicleta el vendedor me dijo “y en caso de pegarte alguna caída, ojalá nunca te suceda, pero los que andamos harto en bici sabemos que eso es parte del juego, tienes que cambiarlo, aunque no se vea trizado”. En ese momento me hizo tomar conciencia de que en efecto es una posibilidad a contemplar al tomar la opción de usar la electrocleta como medio de transporte básico y cotidiano.
Pues bien, hace un par de días me caí. Bastó se cruzara un perro negro en la noche mientras iba raudo por la ciclovía de Las Perdices. Entre salirme de la vía, caer a la tierra del costado, volver a subirme al pavimento, tratar de frenar, derrapar y caer pasaron cerca de 5 segundos. Un abrir y cerrar de ojos bastante adrenalínico, como quien dice.
El casco se salvó, no tocó el suelo, pero si quedaron mi hombro y pierna derechos bastante magullados, no tanto como mi orgullo en todo caso.
Me paré lo más rápidamente que pude y observé que afortunadamente nadie parecía haber atestiguado el humillante espectáculo. Del perro ni la sombra, con el estrépito de mi caída debe haber arrancado lejos.
La bicicleta con la parrilla partida y la rueda trasera torcida. Tanto que no podía andar porque topaba en el marco. Me tomó algunos minutos y varias patadas que volviera a una posición que permitiera volver a andar, aunque sin frenos traseros. Así llegué de vuelta a mi hogar. Bastante golpeado y achunchado.
Hasta aquí el accidente, a continuación la reflexión.
Cuando uno anda en auto por la ciudad un topón o choque también es parte del juego. Habitualmente precedido por el chirrido de una frenada brusca y el ruido de vidrios y latas que se quiebran y apachurran. Después de eso la kafkiana seguidilla de trámites de bajarse, intercambiar datos con el otro conductor a quien a veces hay que calmar o contener según sea su personalidad y grado de culpabilidad, llamar o acudir a carabineros, hacer una denuncia, contactarse con el seguro, llevar el auto a algún taller en la periferia, pagar el deducible, quedarse a pie por un par de semanas.
En el caso del accidente del perro al día siguiente me fui, harto más lento y cuidadoso de lo habitual, a un taller de bicicletas que me queda de pasada a la consulta. Ahí el encargado, que es una especie de jedi del mundo bicicletero, partió diciéndome que no tenía tiempo para cambiarme la llanta de la rueda posterior hasta varios días más. Ante mi súplica se compadeció a echarle una mirada al asunto. Me recomendó cambiar la llanta por una mejor, así mismo los rayos, pero para “sacarme del paso”, en sus palabras, me pidió que levantara la bici y fue dándole vueltas a la ruedas apretando y soltando alternadamente con una llavecita circular unos rayos por acá y otros por allá… ¿resultado?: ¡quedó perfecta!
Al preguntarle cuanto le debía me dijo que lo que yo quisiera no más, y como el único sencillo que tenía eran mil pesos, luca me costó el arreglo.
Me fui de ahí pensando qué distinto son los mundos de las cuatro y de las dos ruedas. En los circuitos bicicleteros aún queda algo más solidario, más cooperativo, supongo desde la sensación de sentirse todos en una misma causa, deportiva, ecológica, y en una misma vulnerabilidad al desplazarse por esta ciudad hecha para automovilistas. El mundo de los autos es más agresivo (los automovilista se gruñen cuando se topan en una luz roja, los ciclistas se saludan con una levantada de ceja y de reojo miran qué equipamiento tiene la bici del vecino) y con mucho tema con el engaño, el lucro y en sacarle plata al incauto. Cualquier arreglo o revisión de un auto sale fácilmente 150 mil pesos, que es con lo que se compra una bicicleta entera básica, pero completamente funcional. Esto sin contar el gasto en bencina, seguro, revisiones, cambios de aceite, permiso de circulación y la depreciación del automóvil año a año.
En fin, creo que en estos tiempos que corren prefiero correr menos, usar un buen casco, hacer algo de ejercicio y trasladar mis 72 kgs en una máquina de 20 kilos en vez de ir encerrado en un caro e impráctico artilugio de 800.