domingo, 4 de junio de 2017

Viejicleteros

Veníamos bajando en fila india un sendero sinuoso y bastante pedregoso desde El Panul. Veníamos felices, con la adrenalina propia de las bajadas, que se instala sobre las endorfinas ganadas a pulso y con sufrimiento en las subidas. De repente, sin saber ni como, la rueda delantera se me atasca en unas raíces y al tratar de compensar termina en 90º respecto del camino… resultado final, salgo volando, en un piquero por sobre la bicicleta y en un clavado de metro y medio de recorrido, que si hubiera sido en una piscina probablemente hubiese sido bastante guatazo, al ser en tierra con piedras lo fue también, pero con estrellitas ante los ojos.
Este conchazo reciente me hizo recordar el accidentado y por qué no decirlo, hasta heroico recorrido de nuestro grupo de cleteo de cerro.
Toda esta aventura comenzó a propósito de conversaciones con el Martín, cuasi primo, que llevaba ya un par de años subiendo y bajando cerros. Me dejé convencer de ir a dar una vuelta al parque Mahuida, hoy considerada un paseo corto y fácil, que resultó un buen comienzo. En esa ocasión fuimos con Silvestre, quien también estaba bastante entusiasmado con la actividad. Sin embargo, cuento al tiro ese desafortunado evento, Silve se bajó de la actividad antes incluso que existiera el grupo, producto de una caída en Quebrada de Macul, en que se enterró una rama en la pantorrilla y que terminó con puntos e inmovilización.
Desde ya, cualquier caída en el cerro que no termine ni con yeso, puntos u operación es una caída poco relevante, que solo aporta experiencia al afortunado. Las otras son el motivo de este relato.
El entusiasmo fue incrementándose subida a subida, contagioso además a varios notables coapoderados y amistades varias, todos bastante culposos de los asados y libaciones de los fines de semana, no bien compensadas con un ejercicio absolutorio.
Empezamos a subir así de forma reiterada la Quebrada de Macul, que retrospectivamente vista, no era la mejor ruta para principiantes. De todos modos fuimos mejorando en técnica, número y entusiasmo, hasta el fatídico hito nº 1.
Germán, uno de los más participativos del lote, de puro entusiasmo mal regulado terminó cayendo de cara arriba de una roca, delante de la casa del huaso, casi ya al final de un recorrido en la Quebrada. No estuve presente en la ocasión, pero creo que colaboró a que Pedro, que fue quien colisionó con Germán en ese fatídico domingo, terminara dejando los pedales unos meses después. El relato de los que sí estaban es que fue un espectáculo dantesco, como les gusta decir a los periodistas de la tele, sangriento y escalofriante.
Como veremos, el estrés post traumático es también un participante de este grupo.
Resumen, Germán estuvo fuera de las pistas por meses, con varias operaciones de nariz, dientes y hombro de por medio.
Hubo algunas semanas de estupor y recriminaciones conyugales en nuestros hogares después de eso, no lo duden. Decidimos adquirir cascos integrales (con protección para la cara), como signo de madurez y responsabilidad. Y seguimos saliendo.
Con el tiempo Germán volvería a acompañarnos, si bien le ha costado volver a encontrar el justo punto entre arrojo y prudencia, como les ha pasado a varios de los accidentados. Él podrá en algún momento escribir su propia historia.
Con el tiempo, y a medida que íbamos ganando en experiencia cletera y conocimiento de nuevos circuitos: Las Varas, El Durazno, Manquehue, Palo Colorado, hubo varios compañeros que hicieron fugaces participaciones, que terminaron después de algún resbalón. Boris se fisuró un par de costillas en Quilimarí, Gustavo se cagó el manguito de los rotadores creo que en ese mismo paseo (¿habrá influído que fue con motivo de la despedida de soltero de Germán?). Marcial se dio una vuelta de carnero magnífica en Quebrada de Macul. Ellos no volvieron más.
Supongo que el fantasma de la caída de Germán quedó para siempre flotando sobre el grupo, de modo que varios posibles compañeros prefirieron restarse después de algún costalazo doloroso.
Varios de nosotros, ya capturados por la adicción, continuamos subiendo con bastante constancia y entusiasmo pese a todo, hasta que un día lluvioso de diciembre tuvimos el hito nº2.
Rogelio hizo el intento de volar en un escalón del cerro Manquehuito y no voló ná. A punta de puro entusiasmo y adrenalina se dejó caer en un desnivel, con la mala suerte de derrapar al llegar abajo y golpear con la cadera izquierda en el suelo. No hubo caso de poder moverlo nunca más. Horas después una radiografía explicaría el por qué: fractura de cadera.
Aprendimos ese día que bomberos es una institución que funciona, con un rescate en camilla que salió hasta en la tele. Posteriormente ambulancia y operación en Clínica Las Condes.
Nueva pausa después de este accidente. Los reclamos familiares se hicieron más contundentes: “qué locuras están haciendo en el cerro, se van a terminar matando”, “uds. ya no tienen edad para andar haciendo ese deporte”. De este último comentario nace el nombre del grupo hasta hoy.
Sin embargo el gusto por la naturaleza, por salir a pasear en grupo, por tirar la talla y reírnos a carcajadas, por sufrirse las subidas, tirando puteadas asfixiadas y gozarse las bajadas, como un planeador, por el flow, por estar un domingo en la mañana en la mitad del cerro, por escuchar los cantos de los pájaros, por ver la ciudad desde arriba, por escuchar el silencio y el propio corazón, fue más fuerte, y poco a poco volvimos a salir.
Rogelio fiel a su temperamento combativo a los 3 meses ya estaba arriba de la bicicleta de nuevo.
Seguimos entonces, sumando siempre algunos nuevos compañeros. Algunas incorporaciones más recientes han sido Ivo, con vocación de downhill, que a la subida se nos queda atrás y a la bajada nos espera en el auto, Sergio, gran conocedor de rutas y artilugios, nuestra enciclopedia ciclística y Rodrigo, el hombre microsoft (nada de hardware, solo software).
Quien ha mostrado mucha perseverancia y entusiasmo es Rolando, quien salida a salida ha ido perfeccionando su técnica y desarrollando estado físico. Hasta que en una salida a fines del año pasado, pagó, una vez más en el Manquehuito. Hito nº 3.
Salió volando sobre el manillar, en un mecanismo parecido al que describía al inicio de este relato, con la mala suerte de caer sobre el hombro derecho. Conclusión: fin del paseo, el que terminó en urgencia de Clínica Indisa, con operación por fractura de clavícula.
Esta vez ya en las casas casi nos dijeron nada. Solo nos miraron profundo. Tal vez revisaron si habían seguros comprometidos, o nos pidieron las claves de las cuentas del banco, por si acaso.
Y…. seguimos saliendo. Rolando, por su parte, ha vuelto a tomar la bicicleta. Sin ir más lejos, la semana pasada fuimos al Manquehue, a pasar revista del lugar de los hechos y matar el chuncho.
Así los viejicleteros seguimos cleteando, semana a semana. Estamos golpeados, es cierto. Tomamos más precauciones, eso también es cierto. Pero para que nos bajen de las cletas, la verdad, estamos muy lejos.
Es lo que nos mantiene vivos.
Hay una frase que dice así y creo nos representa: no se deja de pedalear cuando se envejece, se envejece cuando se deja de pedalear.


Santiago, junio 2017.

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