domingo, 2 de octubre de 2011

Los tiempos que corren

Cuando fui a comprarme un casco nuevo para la bicicleta el vendedor me dijo “y en caso de pegarte alguna caída, ojalá nunca te suceda, pero los que andamos harto en bici sabemos que eso es parte del juego, tienes que cambiarlo, aunque no se vea trizado”. En ese momento me hizo tomar conciencia de que en efecto es una posibilidad a contemplar al tomar la opción de usar la electrocleta como medio de transporte básico y cotidiano.
Pues bien, hace un par de días me caí. Bastó se cruzara un perro negro en la noche mientras iba raudo por la ciclovía de Las Perdices. Entre salirme de la vía, caer a la tierra del costado, volver a subirme al pavimento, tratar de frenar, derrapar y caer pasaron cerca de 5 segundos. Un abrir y cerrar de ojos bastante adrenalínico, como quien dice.
El casco se salvó, no tocó el suelo, pero si quedaron mi hombro y pierna derechos bastante magullados, no tanto como mi orgullo en todo caso.
Me paré lo más rápidamente que pude y observé que afortunadamente nadie parecía haber atestiguado el humillante espectáculo. Del perro ni la sombra, con el estrépito de mi caída debe haber arrancado lejos.
La bicicleta con la parrilla partida y la rueda trasera torcida. Tanto que no podía andar porque topaba en el marco. Me tomó algunos minutos y varias patadas que volviera a una posición que permitiera volver a andar, aunque sin frenos traseros. Así llegué de vuelta a mi hogar. Bastante golpeado y achunchado.
Hasta aquí el accidente, a continuación la reflexión.
Cuando uno anda en auto por la ciudad un topón o choque también es parte del juego. Habitualmente precedido por el chirrido de una frenada brusca y el ruido de vidrios y latas que se quiebran y apachurran. Después de eso la kafkiana seguidilla de trámites de bajarse, intercambiar datos con el otro conductor a quien a veces hay que calmar o contener según sea su personalidad y grado de culpabilidad, llamar o acudir a carabineros, hacer una denuncia, contactarse con el seguro, llevar el auto a algún taller en la periferia, pagar el deducible, quedarse a pie por un par de semanas.
En el caso del accidente del perro al día siguiente me fui, harto más lento y cuidadoso de lo habitual, a un taller de bicicletas que me queda de pasada a la consulta. Ahí el encargado, que es una especie de jedi del mundo bicicletero, partió diciéndome que no tenía tiempo para cambiarme la llanta de la rueda posterior hasta varios días más. Ante mi súplica se compadeció a echarle una mirada al asunto. Me recomendó cambiar la llanta por una mejor, así mismo los rayos, pero para “sacarme del paso”, en sus palabras, me pidió que levantara la bici y fue dándole vueltas a la ruedas apretando y soltando alternadamente con una llavecita circular unos rayos por acá y otros por allá… ¿resultado?: ¡quedó perfecta!
Al preguntarle cuanto le debía me dijo que lo que yo quisiera no más, y como el único sencillo que tenía eran mil pesos, luca me costó el arreglo.
Me fui de ahí pensando qué distinto son los mundos de las cuatro y de las dos ruedas. En los circuitos bicicleteros aún queda algo más solidario, más cooperativo, supongo desde la sensación de sentirse todos en una misma causa, deportiva, ecológica, y en una misma vulnerabilidad al desplazarse por esta ciudad hecha para automovilistas. El mundo de los autos es más agresivo (los automovilista se gruñen cuando se topan en una luz roja, los ciclistas se saludan con una levantada de ceja y de reojo miran qué equipamiento tiene la bici del vecino) y con mucho tema con el engaño, el lucro y en sacarle plata al incauto. Cualquier arreglo o revisión de un auto sale fácilmente 150 mil pesos, que es con lo que se compra una bicicleta entera básica, pero completamente funcional. Esto sin contar el gasto en bencina, seguro, revisiones, cambios de aceite, permiso de circulación y la depreciación del automóvil año a año.
En fin, creo que en estos tiempos que corren prefiero correr menos, usar un buen casco, hacer algo de ejercicio y trasladar mis 72 kgs en una máquina de 20 kilos en vez de ir encerrado en un caro e impráctico artilugio de 800.

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