viernes, 4 de noviembre de 2011

La evolución y los medios de transporte


Por obra y gracia de alguna combinación de teclas (las odio, nunca he sido capaz de aprenderme ninguna, sólo me han traído percances en mi breve pero entusiasta vida informática) se me borró todo un bello e iluminador artículo que había casi terminado ayer respecto de las simbología histórica de la bicicleta. Acá voy de nuevo, a ver si sale esta vez.
Siempre me ha llamado la atención la cantidad de sensaciones que el andar en bicicleta me producen. Alegría, sensación de libertad, algún vértigo gozoso, el disfrute del ejercicio mezclado con el viento en la cara.
Ayer mientras bajaba por Alonso de Camargo sorteando lomos de toro y disfrutando justamente con los días ya más cálidos bruscamente entendí.
El hombre como raza ha tenido varios saltos evolutivos. Hay una teoría que plantea que cuando el hombre primitivo dejó de andar en cuatro patas y se irguió es cuando apareció la mente, como consecuencia del cambio de perspectiva. El empezar a ver el mundo y a si mismo de un modo distinto a los animales.
De igual manera, una vez habituado ya a desplazarse en dos pies, caminar, correr, saltar, trepar, probablemente este hombre pretérito haya tenido la inquietud de andar más rápido y de mirar desde más arriba. Ahí echó mano de los animales que tenía a su alcance, camellos, elefantes, burros y por sobretodo el caballo.
Segundo salto evolutivo, aparece el primer vehículo, que habría de acompañar al ser humano por muchos muchos siglos.
Sólo a fines del siglo XIX aparecen los rudimentos de los que hoy son los vehículos motorizados. Previamente sólo existía como algo similar a eso las carrozas, a las que ya me referiré.
O sea tenemos a una raza que por el noventaitantos porciento de su historia en este planeta se ha desplazado a pie o a lomo de caballo.
Bueno, la bicicleta es el reemplazante moderno del caballo. Se monta a horcajadas, se sujeta con manos y pies, avanza más rápido que ir caminando, y reproduce las condiciones básicas del viento en la cara, la exaltación de moverse velozmente adonde uno quiera, mirar el mundo de más arriba, incluyendo además el ejercicio muscular propio en el traslado.
Creo que de esta asociación inconciente provienen esas sensaciones tan atávicas y profundas al montar una bicicleta. Tal vez permita incluso explicar también porqué los niños aprenden a usar bicicletas tan rápido y a tan temprana edad.
¿Que queda entonces para los autos?, ¿a qué nos remitimos ontológicamente?.
Vendría siendo el tercer salto evolutivo, sin embargo este último podría haber nacido de algunas motivaciones algo diferentes.
Creo que los carruajes, creados para que los miembros de la nobleza se trasladaran sin tener que hacer ejercicio físico y que además los protegieran de las miradas indiscretas de la gente vulgar de la calle, podrían ser los antecesores del automóvil. Así mismo el andar dentro de una estructura de metal, que protege y a la vez aísla, podría también rememorarnos en el inconciente colectivo a las armaduras que los caballeros medievales usaban cuando iban a las batallas.
Creo que estas asociaciones podrían ayudarnos a entender mejor el estado mental en el que entramos cuando andamos en bicicleta, así como también el que tenemos cuando andamos al volante de un automóvil.
Da para pensar, ¿no?

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