Por obra y gracia de alguna combinación de teclas (las odio, nunca he
sido capaz de aprenderme ninguna, sólo me han traído percances en mi breve pero
entusiasta vida informática) se me borró todo un bello e iluminador artículo
que había casi terminado ayer respecto de las simbología histórica de la
bicicleta. Acá voy de nuevo, a ver si sale esta vez.
Siempre me ha llamado la atención la cantidad de sensaciones que el
andar en bicicleta me producen. Alegría, sensación de libertad, algún vértigo
gozoso, el disfrute del ejercicio mezclado con el viento en la cara.
Ayer mientras bajaba por Alonso de Camargo sorteando lomos de toro y
disfrutando justamente con los días ya más cálidos bruscamente entendí.
El hombre como raza ha tenido varios saltos evolutivos. Hay una teoría
que plantea que cuando el hombre primitivo dejó de andar en cuatro patas y se
irguió es cuando apareció la mente, como consecuencia del cambio de perspectiva.
El empezar a ver el mundo y a si mismo de un modo distinto a los animales.
De igual manera, una vez habituado ya a desplazarse en dos pies,
caminar, correr, saltar, trepar, probablemente este hombre pretérito haya
tenido la inquietud de andar más rápido y de mirar desde más arriba. Ahí echó
mano de los animales que tenía a su alcance, camellos, elefantes, burros y por
sobretodo el caballo.
Segundo salto evolutivo, aparece el primer vehículo, que habría de
acompañar al ser humano por muchos muchos siglos.
Sólo a fines del siglo XIX aparecen los rudimentos de los que hoy son
los vehículos motorizados. Previamente sólo existía como algo similar a eso las
carrozas, a las que ya me referiré.
O sea tenemos a una raza que por el noventaitantos porciento de su
historia en este planeta se ha desplazado a pie o a lomo de caballo.
Bueno, la bicicleta es el reemplazante moderno del caballo. Se monta a
horcajadas, se sujeta con manos y pies, avanza más rápido que ir caminando, y
reproduce las condiciones básicas del viento en la cara, la exaltación de
moverse velozmente adonde uno quiera, mirar el mundo de más arriba, incluyendo
además el ejercicio muscular propio en el traslado.
Creo que de esta asociación inconciente provienen esas sensaciones tan
atávicas y profundas al montar una bicicleta. Tal vez permita incluso explicar
también porqué los niños aprenden a usar bicicletas tan rápido y a tan temprana
edad.
¿Que queda entonces para los autos?, ¿a qué nos remitimos ontológicamente?.
Vendría siendo el tercer salto evolutivo, sin embargo este último podría
haber nacido de algunas motivaciones algo diferentes.
Creo que los carruajes, creados para que los miembros de la nobleza se
trasladaran sin tener que hacer ejercicio físico y que además los protegieran
de las miradas indiscretas de la gente vulgar de la calle, podrían ser los
antecesores del automóvil. Así mismo el andar dentro de una estructura de
metal, que protege y a la vez aísla, podría también rememorarnos en el
inconciente colectivo a las armaduras que los caballeros medievales usaban
cuando iban a las batallas.
Creo que estas asociaciones podrían ayudarnos a entender mejor el estado
mental en el que entramos cuando andamos en bicicleta, así como también el que
tenemos cuando andamos al volante de un automóvil.
Da para pensar, ¿no?
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