martes, 27 de diciembre de 2011

gestos

Hay gestos que duran un segundo, o aún menos, que mirados con atención quedan grabados para siempre. Pequeños movimientos llenos de significado, o belleza. Nos mostramos en nuestros gestos. Nos delatan también.
Recuerdo algún libro de Kundera en que divagaba, como le gusta a él, sobre el gesto que observó en una señora mayor, un gesto donde se advertía el vestigio de su juventud, de su coquetería más allá del paso de los años. Cómo ese gesto lo siguió por años.
Hoy mientras me trasladaba por la ciclovía de Padre Hurtado fue testigo de un gesto que me tocó.
No había nadie circulando, eran cerca de las 10 de la mañana. Yo iba disfrutando del viento cálido, tal vez en un estado de gozo sensorial, de abstracción en el momento que me permitió fijarme en los detalles.
Frente a mi, dándome las espaldas, iba caminando una pareja, formada por un padre (¿tal vez un abuelo?, pero más parecía padre) y su hijo, de unos 8 años.
El padre caminaba con alguna dificultad. Por el tipo de marcha me pareció portador de Parkinson. A su lado iba el hijo, con un jockey rojo de algún equipo de béisbol. Ambos limpios, pero modestamente vestidos.
Caminaban en silencio, me pareció, tal vez disfrutando de el mismo aire tibio de fin de año. Daba la sensación de que disfrutaban de la compañía del otro.
Como ocupaban gran parte de la ciclovía me acerqué bajando la velocidad y toqué la campanilla deliberadamente suave. No quería molestarlos, iban tan tranquilos, y además yo no iba con apuro.
Y aquí el gesto. En muchas situaciones parecidas, al tocar la campanilla a alguien a quien uno se aproxima por detrás, se produce un cierto sobresalto y habiendo un adulto instintivamente tiende a proteger al niño que lo acompaña.
En este caso cuando se produjo el sonido de alerta el niño rápidamente me miró y tendiendo sus manos hacia su padre lo sacó del paso.
Cuanta información en un segundo. 
Qué historia puede haber detrás de ese niño, de esa familia. Él protege a su padre. Instintivamente lo cuida, se hace cargo de la situación de peligro.
El gesto me desarmó. Me hizo recordar a mi padre. Al gesto de protección que tal vez yo alguna vez sin darme cuenta realicé. ¿Al que quizás alguna vez mi hijo haga conmigo?
Seguí sin volverme mi camino. A mi destino.
Quedé con algunas lágrimas en los ojos, que el viento de diciembre se encargó de desparramar.

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