martes, 11 de octubre de 2011

Cuentakilómetros

Hace un par de días mientras manejaba entre Viña y Santiago por casualidad me fijé que el cuentakilómetros marcaba 2.005 (sí, el auto es nuevo, producto de la fundición de 2 autos ya no tanto en uno familiar más una electrocleta), que es  el número del año del nacimiento de mis hijos.
Me pillé pensando hasta qué kilómetro viajarán ellos, hasta cual llegaré yo.
Si seguimos el kilometraje alcanzado por mi viejo yo me quedaría sin bencina el 2.041. O sea justo 30 años más.
Sin perjuicio que me gustaría alargar un poco la reserva, tal vez hasta tipo 2.050, esta idea me hizo pensar y filosofar un buen rato (y unos buenos kilómetros), mientras el resto de la familia dormitaba en sus respectivos asientos.
30 años puede parecer bastante tiempo, pero a la vez ya he vivido casi un 50% más de eso. Y se pasó bastante rápido, la verdad.
La pregunta que apareció de inmediato entonces fue ¿qué quiero hacer en estos próximos 30, digamos 40 si queremos ser generosos con el rendimiento, años de mi vida?
¿Quiero sacarme la cresta trabajando para asegurarles un buen pasar a mis hijos?, ¿hasta qué punto se justifica en la medida que signifique andar cansado o estar poco con ellos?
Como igual queda poco, ¿me preocupo del colesterol, las pruebas hepáticas y la presión arterial, o le echo para delante no más con mi hedonismo en ristre, sin contemplaciones?
¿Qué tiene o no sentido en la perspectiva de 30 o 40 años por delante?
¿Qué quiero hacer con mi vida, o lo que queda de ella?
Pensé ahí en los apegos, en todo eso que me hace sentir que vale la pena estar aquí. Las personas que yo quiero y los principios e ideas que guían mi vida. En lo que creo, en la bondad, en ayudar, en estar con la gente que uno siente como propia. En compartir, en disfrutar, en reírse y en callar también. Escuchar, abrazar, oler y mirar.
Pensé también en los desapegos necesarios, de todo aquello en lo que no creo, de lo que no siento como cierto. En la vanidad, en la tontera, en la envidia y la comparación. En la maldad. En cómo ser del mundo sin serlo totalmente. En soltar el deber ser y el hacer por hacer.
Pienso ahora entonces en los equilibrios. Entre ayunar y libar, entre esforzarme y disfrutar el ocio, entre preocuparme y dejar ir.
Pienso en tener tiempo, para pensar, para escribir. Para dejarle algo a los queridos. Algo en su recuerdo más allá de la neurosis y el malgenio.
Pienso que se muere en realidad cuando ya nadie se acuerda de uno, independiente del kilometraje.
Pienso en mi mujer, mis hijos, mis hermanos, mis amigos. Pienso en mis padres. En los hijos de mis hijos.
Pienso en tanta gente que no está todavía o ya se fue, que ya ni me acuerdo bien como era la historia.
Pienso que todo esto importa poco, sólo un poco, dependiendo del uso que a este rato uno le dé. Este breve espacio entre dos misterios.
Estar. No estar. Un segundo, un kilómetro de más o de menos. Algún aro en el camino.
Lo que hago y vivo espero a alguien le sirva. Aportar alguna novedad, hacer alguna pequeña diferencia.
Somos rocas que caen desde el cielo a un lago, hermoso, profundo y también aterrador, que se llena así de ondas en expansión.
Duramos un rato. Algunos más que otros. Después el recuerdo. Después nada.
El lago sí siempre permanece.
Nosotros como nosotros ya no.

1 comentario:

  1. supongo que después de esta reflexión, paraste en un servicentro y te comiste un buen completo con cocacola cero, esa que tiene ingredientes prohibidos un US por lo tóxicos para el ser humano, ja!
    probablemente cuando nos muramos nos desintegremos en nuestros componentes que serán parte de otra cosa después. Mi duda es si lo que me compone sigue siendo lo mismo cuando deje de ser yo y sale de mi modificado, ...sería la raja... ese sería un recuerdo, una huella eterna en la existencia.
    y si esa modificación en mis componentes depende de mis decisiones? entonces probablemente también me coma un completo en el próximo viaje a Viña

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