miércoles, 24 de agosto de 2011

cerebro y bicicletas




Hace ya sus buenos años, cerca de la treintena, que empecé a sentir en carne propia aquello que algunos de mis maestros de la medicina tanto enfatizaban: el deporte es bueno (y necesario) para la salud.
Hay un momento de lucidez en la vida en que uno se empieza a dar cuenta de que se demora más en recuperarse cuando se cansa, que se cansa más luego, que no se rinde igual si no se duerme bien. Que le empieza a doler el cuerpo, así, de nada en particular, sobre todo al levantarse en las mañanas y se encuentra uno de repente exclamando algún ay! entredientes, medio suspirado, cuando se agacha a recoger algo que se le cayó, igual que uno veía le pasaba a la abuelita cuando era niño.
Al mismo tiempo de estos descubrimientos me empecé a dar cuenta también de que si hacía deporte (trote en una primera etapa, cuando todavía no se inventaba la palabra runner) me sentía mejor después, tenía más energía, me sentía menos cansado, más relajado y probablemente podía agacharme y moverme con mayor fluidez.
Comencé entonces a averiguar más sobre los beneficios del ejercicio físico, desde la perspectiva de la salud metabólica, circulatoria, del sistema locomotor, del envejecimiento y sobretodo desde la perspectiva de la salud mental, mi pedazo de la medicina de preferencia.
Conocidos desde hace tiempo son los beneficios del deporte, en términos de irrigación y oxigenación neuronal. También por supuesto a propósito de las endorfinas, maravillosos péptidos secretados en el cerebro al hacer ejercicio que producen analgesia (una de las explicaciones de agacharse o moverse con menor dolor) y sensación de bienestar, que es una de las explicaciones para quienes se hacen “adictos al deporte” (de las adicciones, entendidas como la necesidad determinada orgánicamente de desarrollar alguna actividad en particular, lejos la más sana).
Sin embargo hoy se conocen variadas otras sustancias que se producen y secretan al hacer ejercicio, tales como la hormona de crecimiento y el factor neurotrófico que esta contribuye a liberar en el hígado, el IGF-I (o somatomedina C), que a su vez parece liberar varios más, que contribuyen a mantener un un cuerpo (principalmente el sistema óseo y locomotor) y un cerebro más sano, prevenir el deterioro y muerte neuronal y mejorar la sensibilidad propioceptiva, vale decir percibir concientemente nuestro propio cuerpo, y desde ahí aumentar nuestra sensación de bienestar )para quien quiera más información sobre esto sugiero revise el link http://bit.ly/aZm7sf ).
Es también hoy plenamente conocido que las endorfinas, además de todos estos factores neurotróficos en pleno descubrimiento, tienen un rol muy importante en el manejo y modulación de cuadros anímicos y ansiosos. Son los “ansiolíticos y antidepresivos internos”.
Así es como hoy por hoy llevo más de 15 años ininterrumpidos haciendo deporte (tenis, bicicleta, caminatas) por lo menos 2 veces por semana, ojalá 3 o 4, y disfrutando de sus beneficios, mejorando mi calidad de vida y mi sensación de disfrute.
Una de las primeras cosas que recomiendo a mis pacientes cuando llegan a mi consulta con cuadros depresivos, ansiosos o bipolares es el ejercicio. Idealmente alguno que “moje la camiseta” (intensidad de ejercicio usualmente asociada a la liberación de endorfinas). Los tratamientos psiquiátricos cambian dramáticamente cuando los pacientes empiezan o retoman su actividad deportiva, pudiendo muchas veces incluso disminuir las dosis utilizadas o de frentón la necesidad del uso de psicofármacos. Por otra parte, una vez recuperado el cuadro clinico inicial, el hacer deporte en forma regular es un importante factor preventivo de recaídas en patologías de esta naturaleza.
Volviendo entonces a lo que decía en un principio, y como les escuchaba a mis maestros, el deporte es efectivamente muy bueno para la salud. Para la mental también.
Ahora bien, en casos de pacientes con síntomas ansioso-depresivos y ante recomendaciones de hacer ejercicio regular, aparece siempre la pregunta de qué deporte sería bueno o conveniente hacer. Y, como no, las resistencias canalizadas a través de las dificultades para realizarlo en virtud de variados argumentos; falta de tiempo, antiguas lesiones, falta de dinero para ir a un gimnasio o piscina, etc.
Aquí es donde quiero introducir en escena a mi querida y vieja amiga: la bicicleta y en particular en su uso como transporte urbano.
La bicicleta reúne varias condiciones favorables todas al mismo tiempo. Es un ejercicio bastante completo y aeróbico, la intensidad de este depende del entusiasmo del propio ciclista, es un medio de transporte, es barato, no requiere de más infraestructura que la bicicleta misma, no requiere de inscribirse en gimnasio o academia alguna, descongestiona la ciudad, ahorra dinero en movilización a quien lo realiza, permite hacer ejercicio en los tiempos habitualmente dedicados a transportarse (eliminando la principal excusa para no hacer deporte de “no encuentro el tiempo para hacerlo”) y además es un ejercicio simple y que casi el 100% de la población ya sabe hacer desde su infancia (“es como andar en bicicleta”).
Considero que sería altamente deseable un plan centralizado de fomento del ciclismo urbano. De hecho ya mucha gente ha empezado a usarlo en el sector oriente de Santiago, y en sectores populares y en provincia, particularmente en el campo, ha sido un medio utilizado desde siempre. Buenas ciclovías interconectadas, calles de utilización mixta con velocidad máxima de 30 kms por hora para automóviles, campañas de educación a los automovilistas respecto de como interactuar con ciclistas en las calles, estacionamientos vigilados de bicicletas en estaciones claves del metro, son estrategias que en otros países han rendido importantes frutos.
Se lograría que la gente tenga endorfinas circulando mientras se traslada, disminuyendo así en gran medida sus síntomas depresivos y ansiosos mientras pedalean, respirando aire fresco, usando sus cuerpos, nutriendo sus neuronas, huesos y músculos con facotres tróficos, llegando a sus lugares de trabajo contentos, relajados, en vez de hacinarse e irritarse en buses del transantiago que por lo demás no dan abasto. ¿No sería una solución de varios problemas de una sóla vez?
¿En qué estamos que no lo hacemos?
Yo por lo menos instalé ya un estacionamiento de bicicletas en mi consulta. Un pequeño grano de arena a la causa y una invitación tácita a mis pacientes.

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