domingo, 28 de agosto de 2011

El pulso de las cosas


Cuando voy en bicicleta, no puedo evitar ir tarareando melodías. Lo más lindo de estas melodías es que se pierden en los remolinos que voy dejando entre los autos, los árboles, la gente. Me gusta ir rápido, esa es la verdad, me gusta que las cosas sean fugaces, porque todo en la vida lo es. Así es como le he tomado el pulso a las cosas. Me escabullo, me siento una liebre en un bosque, y las sirenas, los gritos, las bocinas son la mejor armonía para esas melodías de una sola vez.
La única cosa duradera es la sensación. Es mi pulso el que se encabalga con el de la ciudad, la vorágine me gusta, pero más me gusta dejar de pedalear, ir con el vuelo. Seguro que es lo mismo que el planear de un ave: cuando las gaviotas se quedan suspendidas en el cielo, dejando que el viento resbale bajo sus alas, soy yo bajando por Irarrázaval, serpenteando.
Sí, ahí me doy cuenta de que estoy un poco loco, o que quizás, los locos son los demás que me ven pasar y me maldicen en silencio por ir entre los autos, más rápido que ellos, más contento, más ágil y despierto.
No me asusten con la muerte, mi bicicleta rueda bonito conmigo encima sabiéndome pájaro silbante, entre una muchedumbre de vendedores ambulantes de colores, con sus bufandas y sus olores de sudores malgastados en una ciudad de ritmo galopante.

Por Santiago Ramirez hijo. Se suman bicicleteros a este espacio. Bienvenidos todos!

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