sábado, 27 de agosto de 2011

Pedaleo, hemisferios cerebrales y educación

¡Las cosas son como son y no pueden ser de otra forma!

Debemos pasar horas, días, años y una vida en el trabajo, debemos movernos en auto y perder el tiempo irremisiblemente en un taco, debemos bajar las revoluciones, ponernos sedentarios, engordar, anquilosarnos y envejecer.

¿Las cosas son como son y no pueden ser de otra forma?

Compré mi primer auto el año ’92, un Volkswagen Escarabajo de 1961. Pasó de ser “una joyita” como decía en el aviso del diario, a “el cachito”, porque tuvo una pana después de otra. Después vino un Amazon, más tarde un jeep Suzuki, un Vento, un Daewoo, un Palio y un Fiat Grande Punto… Pocas veces me planteé una opción diferente para moverme de un lado a otro por la ciudad de Santiago. Un auto siempre fue lo evidente, a lo que todos aspiraban, lo que había que tener y más aún, si tenía un auto “bacán” yo era ídem, así que hubo algunas veces en que despilfarré una buena cantidad de lucas para tener ese auto que sería, ni más ni menos, la extensión de mi miembro viril.

Y como consecuencia aumenté de peso, me eché a perder la columna, mis hombros se tensaron hasta transformarse en bloques compactos, el cuello en un cilindro de lo más rígido, y así la neurosis, la rabia y la amargura fueron instalándose en mi cabeza y mi cuerpo. Si alguien me miraba desde su auto mi respuesta mental era: “¡Qué te pasa re con…$%$&@#!” Si alguien me tocaba la bocina mis nervios se crispaban, si alguien no me daba el paso era un verdadero saco de pelotas. Choqué un par de veces y otras tantas me chocaron. Estoy vivo de pura cueva.

Un día desempolvé mi bicicleta del año ’94 y comencé a pedalear. La sensación fue frustrante, me costaba respirar y las subidas, por ínfimas que fueran, significaban un esfuerzo casi sobre humano. Luego mi vecino me invitó a subir el cerro San Cristóbal, odisea que jamás había realizado. (Recuerdo que lo intenté muchas veces en mi década de los veinte, pero en cuanto la cosa se ponía difícil, me daba media vuelta y bajaba hasta el primer boliche donde me comía un buen lomo italiano con una cerveza. Total, era flaco, joven y fumador). En fin, regresando a la subida del cerro: lo logré. Seguí a pie firme la recomendación de mi amigo: “aunque sientas que estás muriendo, no te detengas, sigue pedaleando…”. Y así lo hice.

Llevo 11 meses en que la bicicleta ha sido mi medio de transporte principal. He tenido uno que otro inconveniente menor, pero esa es otra historia. A donde quiero llegar es a que nunca antes se me ocurrió que podía ser un buen medio para moverme por Santiago. Me parecía lejano, absurdo, sin sentido alguno. Es más, inimaginable. Pero como dije, “seguí pedaleando”, y tanto que hoy si paso un par de días sin hacerlo comienzo a bajonearme. Volver a pedalear en forma obsesiva, como cuando era niño, abrió una zona de mi cerebro que se había mantenido herméticamente cerrada por harto tiempo y comencé a preguntarme si efectivamente las cosas, todas las cosas, los objetos, costumbres, sistemas, organizaciones, relaciones, trabajos, amistades, en fin… Si era cierto que las cosas debían ser como son.

Pedaleando a diario puse a funcionar el otro hemisferio de mi cerebro, el derecho que, como define Wikipedia:

“Es un hemisferio integrador, centro de las facultades viso-espaciales no verbales, especializado en sensaciones, sentimientos, prosodia y habilidades especiales; como visuales y sonoras no del lenguaje, como las artísticas y musicales. Concibe las situaciones y las estrategias del pensamiento de una forma total. Integra varios tipos de información (sonidos, imágenes, olores, sensaciones) y los transmite como un todo.”


Hoy los estudiantes chilenos, que no tienen miedo a los cambios y cuyo hemisferio cerebral derecho está en óptimas condiciones, nos están demostrando que es un imperativo que nos hagamos esta pregunta: ¿Las cosas deben ser como son? O dicho de una manera más apropiada: ¿Cómo queremos que sean las cosas?

Veo y escucho a conductores de TV y radio, periodistas, personalidades, los llamados “expertos”, investigadores, sociólogos, panelistas, autoridades, ministros, sicólogos, diputados y senadores, todos atrapados en una discusión y más aún, en una visión cerrada, sesgada y cegada. No son capaces de observar lo que ocurre desde otro ángulo, están tan acostumbrados a “andar en auto” que no imaginan cómo sería Chile de otra manera. Y de pronto un joven universitario dice las cosas como son y lo dice sin temor: “senadora designada”, “sistema perverso”, “enriquecimiento grosero”, “abuso”… Aaaahh…. Y es como un nuevo aire que comienza a soplar; un aire limpio y balsámico que nos recorre por dentro. Los estudiantes chilenos no “andan en auto”, ellos se mueven a pie o en micro, en metro o bici y la gran mayoría de las veces se desplazan volando, algo que los adultos hemos olvidado cómo hacer.

Pedaleando he redescubierto la amabilidad: cuando las miradas de dos ciclistas se cruzan aparece una sonrisa; he descubierto una nueva realidad: el tiempo pedaleando es creativo y activo; he descubierto la energía: mientras más pedaleo, más quiero pedalear y mejor me siento; he descubierto que el mundo no se mueve presionando un acelerador: ¿es razonable que un mínimo esfuerzo nos entregue un máximo de “satisfacción”?.

Pedaleando he descubierto que podemos mirar el mundo desde otro lugar, que podemos cambiar de lentes, que podemos observarlo en todas las formas que sean necesarias, porque el único fin de esa nueva mirada es encontrar la manera de vivir mejor: más sanos, más vitales, más abiertos y más felices.

¿Y ahora? A pedalear.

Santiago A. Ramírez
Agosto de 2011.

1 comentario: